sábado, 11 de octubre de 2008

Solía ser muy incisiva en las cuestiones del cariño. Pobre de la víctima a quien continuamente acechaba con la interrogante sobre las razones de su cariño hacia mí. Yo, doña insegura, no podía creer que de verdad era merecedora del amor de aquél, por lo tanto necesitaba reafirmar que me quería.

Cierto día mi cuestionamiento fue más agudo que de costumbre. No sé si fueron las hormonas, si fue la desesperación por saber, o simplemente me sentía peor que nunca y necesitaba que me dijera cosas lindas para entender por qué me quería.

Alterado ya por mi insistencia, me contestó que simplemente me quería. Que no le buscara más pies al gato y que lo sintiera y ya.

Yo, que analizaba todo lo que me decía, analicé esa frase y después de analizarla decidí intentar quererlo y dejarme querer y ya.

Jamás me salió. Simplemente no supe cómo querer y dejarme querer sin entender razones. Sí quería, pero quería porque había razones que me explicaban por qué querer. Posteriormente me di cuenta de que estaba equivocada: quería motivos porque todo el entendimiento me gritaba que no había por qué quererlo, y necesitaba contradecirlo, librar la batalla con argumentos tan válidos como los que la razón me daba.

Al final me ganó la razón. Por supuesto, los sentimientos me hicieron añicos y en ocasiones me cegaba el dolor, y odiaba a la mente por haber pensado.

Hoy sólo me arrepiento de no haber seguido su consejo: de no quererlo sin explicaciones. A veces, como hoy, me gana la nostalgia, y pienso que pude haber disfrutado más mi amistad con él, ya que fue tan breve.

1 comentarios:

March La Cinefila Desconocida dijo...

Vaya...

Querer sin pensarlo, es algo que no he hecho.