La semana pasada transcurrió como una semana sin superior en la jerarquía del tiempo, como una semana sin mes. No puedo clasificarla en el odioso febrero, porque de ninguna manera fue una semana molesta, pero tampoco puedo encasillarla en el mes al que, en verdad, pertenece. Fueron días de reubicación en el mundo. De pronto ya estoy en un nuevo trabajo. De pronto ya tengo dos días de taller de narrativa –no sólo uno, DOS-. De pronto mis rumbos ya no son los de antes. De pronto todo es distinto y nuevo.
Sin embargo, hay cosas del pasado inmediato que permanecen: mis amigos del trabajo antiguo, por ejemplo. Molloy, de Samuel Beckett, que no he podido terminar de leer. La computadora que pagué gracias al trabajo antiguo. Algunas fotografías, entre otras cosas. De todas formas, la semana pasada fue de completa transición. La semana pasada hice consciente que el cambio es lo único que no cambia en la vida. Siempre está ahí, nos guste o no. Nos emocione o nos inspire miedo. No sólo es el trabajo el que ha cambiado. También soy yo. Yo, así como soy ahorita, no podría seguir en Novartis. Por eso no seguí. Novartis me dio las armas para decidir, y también mi decisión no incluía la empresa.
Las cosas van saliendo. Simple y llanamente salen. Hay asuntos desagradables pero de esos me ocupo aparte. El punto es que aquí estoy, saliendo. Saliendo. Saliendo.
5 comentarios:
"el cambio es lo único que no cambia en la vida" pensé esta misma frase con las mismas palabras justo este sábado mientras comía solo en parque lindavista. Qué curioso. Buena sintonía.
Felicidades de nuevo por tu taller
Muy bien, ya diste otro paso más, ¡felicidades por lo del taller!
Hablando de cambios jajaja, al rato la hora de las confesiones jajaja, ¡carajo! ¡judío!
Dichosa tu, que haces cambios...
Anónimo. ¡Qué curioso! Buena sintonía... Coincido.
Cristinaaaa: Gracias por la felicitación, apenas llevo unas cuantas sesiones pero estoy aprendiendo muchísimo.
Sanbond: Las circunstancias siempre cambian. ¡Viva el devenir!
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