La verdadera magia que encierran los seres humanos es impresionante. La magia que, desde el principio, han encerrado los ojos más grandes que he visto en mi vida, me pareció todavía más impresionante, porque salió del mismo lugar de donde yo provine.
Hay un par de fotografías en las que yo, de apenas un año y medio, miro con ternura a un bebé de tez clara, cabello parado y unos ojos oscuros verdaderamente gigantescos. Un bebé que me mira con sorpresa, que en algunas otras fotografías llora. Sé perfectamente que la niña -que era un bebé también- está maravillada con ese ser tan pequeñito a quien llaman Bruno. Breve, así como su nombre, pequeñito, con los ojos más grandes que he visto en mi vida, con la nariz delgadita, mi mamá cree que no respira bien. Pero sí respira. Yo sé que respira porque tiene los ojos muy abiertos y temblorosos por el miedo que este mundo le causa. Todavía no habla, pero parece que no tiene que hacerlo porque observa, observa y expresa con la mirada.
Sus piernitas son tan gorditas y cortitas, y tan blancas y suavecitas, que es imposible que alguien no sienta ternura de verlo. Desde bebé se nota que habrá que ganárselo, que a él no le satisfacen esas fiestas absurdas que le hacen a los bebés sólo porque son bebés. Él necesita más. Quiere más. Quiere comerse al mundo con esa boquita que cuando crezca se hará una bocota con el labio inferior belfo.
Me da ternura. Me inspira muchísimo amor y me sorprende. Sí, de verdad los dos salimos del mismo lugar. Del mismo vientre. ¿Entonces por qué somos tan distintos? Él es blanco y yo soy morenita, él es niño y yo soy niña. Él es mucho más delicado. Yo soy más grande. La mayor. De inmediato siento la necesidad de protegerlo. Una necesidad que no ha cambiado pero que ahora, cuando estamos más grande, supongo que él también experimenta. Pero en primaria soy yo quien lo protege. Él es pacífico. Y está gordito y parece una ardillita. Sus cachetitos han ocultado un poco sus enormes ojos. Pero los sigo viendo. Como veo sus pasos firmes y aguanto sus pasos cansados. Yo soy más alta que él. Pero ya no. Ya me rebasó. Es decir que era más alta que él. Ahora él es más alto. Como 15 centímetros más alto. Y flaco. Yo sigo engordando y él bajó de peso. Y otra vez encontré sus ojos. Otra vez los miro y me inspiran tantas cosas, pero sobre todo me inspiran curiosidad, porque los dos hemos crecido y somos hermanos, él es mi hermanito, y los dos salimos del mismo vientre y con él hicieron magia, y somos tan, tan diferentes.
0 comentarios:
Publicar un comentario