martes, 15 de mayo de 2007

Los méndigos exámenes finales...

Odio los exámenes. De verdad los odio. Por supuesto que no cumplen con el cometido de enterarse si uno aprendió.

Hasta los más ñoños se encuentran con la triste realidad de que la clase era aburrida y no retenían nada en la memoria, así que de pronto tienen que memorizar estúpidamente para contestar un examen y después olvidarlo.

Sin mencionar que mi salón tiene computadoras y que nadie -incluida yo- presta atención pues los maestros son aburridos o simplemente poco interesantes.

Y además lo dejan todo en presentaciones de power point, por lo que podríamos venir a la escuela sin libretas y sería indiferente, porque ya tenemos los apuntes que repiten justamente lo que los maestros dicen en clase...

Entonces, ¿cuál es el resultado de los exámenes finales? La medida exacta de la hipocresía de quienes memorizan lo no aprendido, y el reflejo absurdo de quienes no se dignaron a estudiar en todo el semestre, y mucho menos en el final.

Ambas posturas son válidas, y yo a veces tomo una, y otras tantas la segunda. Me molestan los exámenes finales, me parecen absurdos y arcaicos. ¿Por qué reducir en un papel lo verdaderamente arraigado, lo verdaderamente aprendido y aprehendido en el cerebro?

No lo entiendo. Sería una muestra de creatividad y de conocimiento que idearan otra manera de calificar y de comprobar que uno ha aprovechado las clases.

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