viernes, 8 de junio de 2007

Regalos...

Inevitablemente hoy que pensé en los regalos pensé también en las coincidencias. Al pensarlo románticamente, retrocedí en el tiempo hasta la coincidencia de que mis padres se conocieran, se casaran y concibieran una hija. Me regalaron la vida aún sin saber a ciencia cierta a quién se la darían. Me regalaron un nombre que me distingue y por el que me llaman los demás. Y su genética me obsequio la gran virtud –o el terrible karma- de procurar pensar en todo lo que llega a mí.

Ahora pienso en los regalos. Los regalos que materializan el cariño. Que representan la importancia que alguien tiene en nuestras vidas. Que simbolizan la presencia de ese alguien –o esos “alguienes”- en el pensamiento. Entonces la materia se convierte en un símbolo de la presencia de lo anterior. Puede ser una carta, o un cuento, o unos aretes, o un libro.

A veces es mucho más sencillo: pueden ser palabras o una canción, o incluso una mirada cálida, o un abrazo.

Yo recibo regalos diariamente. Supongo que regalo con la misma frecuencia. Cuando, sinceramente, demuestro que alguien me importa, o le dirijo alguna palabra de aliento que realmente creo.

Tal vez hasta la hipocresía puede ser un regalo: es el encubrimiento de las verdaderas intenciones. Es la sustitución del pensamiento real por la actuación, cada vez mejor fingida, de que nos gusta, o nos parece la existencia que en el fondo no quisiéramos que fuera así.

Pero la sinceridad siempre es mejor regalo que la hipocresía. Por eso existe escasamente en personas a menudo llamadas cínicas. En la rudeza de quien dice lo que quiere aunque se eche encima al mundo.

Y mejor que la franqueza, la prudencia. La humildad de reconocer que algo está mal, pero aún más sensato, de elegir no decirlo porque hay asuntos más importantes que pueden verse lastimados por la respuesta verdadera a los cuestionamientos jamás planteados.

Y un regalo es la mejor muestra de franqueza. Claro que esto todos lo han pensado, porque no hay aquí nada que yo diga que sea nuevo. Sólo está materializado en palabras.

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