jueves, 28 de agosto de 2008

Sucumbí ante las ganas de leer las cartas. Antier, cuando terminé de leer Mujeres de Babel, comencé a leer las Cartas de amor a Nora Barnacle, edición que bajé de internet (de www.elaleph.com) porque ya se me acabó el dinero para comprar el libro. Así, imprimí las hojas, las engargolé y me dispuse a leer. Aunque sigo sintiendo pena porque la vida de aquellos dos quedó expuesta, la realidad es que haber leído las misivas de Joyce a su " hermosa flor silvestre de los setos" me llenó de una esperanza abrumadora. Me conmueve hasta las lágrimas.

Hasta cierto punto me sentí identificada con la desesperación que mostraba en el amor. Con sus celos iracundos, y su afán de posesión como único acercamiento de la expresión de sus sensaciones y sus pensamientos tal vez se aproxime a reflejar en sus cartas todo aquello que le provocaba Nora.

Sin afán de parecer soberbia y compararme con Joyce -porque de ninguna manera lo intento, menos con ese monstruo de la literatura ante cuya memoria me siento humilde-, mientras leía recordaba las cartas que yo misma me aventuré a escribir en alguna época, hace ya tal vez un par de años (o más): eran cartas insignificantes. Comenzaron hablando de lo mucho que el tercero valía la pena, y terminaron siendo confesiones profundas de mi esencia, sin otro afán que el de mostrarle al ser amado mi confianza hacia él.

Aunque nunca se las di como "Cartas de amor", la verdad es que los dos sabíamos que eso eran. En cada palabra brotaba el frenesí de mis sensaciones, la violencia con la que lo urgía a una respuesta que no llegaba, la desesperación que me provocaba cada segundo en que no estaba con él. Después de estos años lo reflexiono y pienso que fui muy intensa y que es difícil encontrarse con alguien con quien haya tanto entendimiento y amor como para soportar esas intensidades. Antes bien, ahora que he dejado el duelo de lado y recuerdo con cariño, esos recuerdos nutren mi alma de alegría y de orgullo por lo que soy capaz de hacer por el amado.

Por eso cuando leí a Joyce e intuí las respuestas de Nora (por lo que él escribe en sus cartas) me sentí identificada y honrada de leer lo que se postraba ante mis ojos. Fue como si, muchos años antes, alguien hiciera lo mismo que yo he hecho con las mismas sensaciones que se quedan después de enviar una carta melancólica, o de reclamo, o de lujuria.

A ambos (Nora y Jim), los admiro.

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