domingo, 28 de septiembre de 2008

La muñeca de trapo


Cuando era niña tenía una muñeca de trapo a la que adoraba. Me encantaba jugar con ella, y pasear con ella. Me hacía muy feliz tenerla.

Sin embargo, una niña de seis años es muy demandante y la muñeca no me duró mucho porque, como jugaba con ella y ella era muy frágil, le desprendí un brazo, y luego otro, y después la pobre muñequita no era más que una piltrafa.

Entonces la tiraron.

Me acuerdo que lloré por ella. Sufrí sin mi muñeca de trapo. Fue insustituible. Ni siquiera intentaron regalarme una nueva. Con el tiempo, el dolor de mi muñeca de trapo se amainó, pero siempre mantuve el recuerdo.

Hace poco, caminando por el metro, en la estación Zócalo, nos topamos con una señora que vendía muñecas de trapo. De inmediato recordé aquélla que fue elemento clave para que mi infancia fuera feliz, sobre todo a pesar de las numerosas pérdidas que tuve a muy temprana edad.

Este amigo -que es un gran amigo de la familia- me regaló una muñequita.

ME ENCANTAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA. Me siento como una niña cada vez que la veo sentadita en mi cama.


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