La verdad, la verdad, está cabrón esto de las relaciones humanas. De nuevo, no descubro el hilo negro, sólo es un pensamiento que me ronda la mente cada que puede aprovecharse de ella. En las relaciones más estrechas cabe cualquier sentimiento, sin importar qué clase de relación es. Los celos los sienten los padres, los hermanos, los amigos, los novios. El amor lo sienten los padres, los hermanos, los amigos, los novios. Y así podría yo enumerar cuantos sentimientos conozca y cuantas palabras que los califiquen conozca, y así sería.
Hoy estaba leyendo unas cosas para mi tesis, y me encontré con una respuesta que Kieslowski da a en una entrevista: “El amor contradice a la libertad”. Aunque creo que la cita aplica en todos los sentidos de amor, me limitaré a hablar del amor en pareja, que últimamente ha decidido merodear mis pensamientos, muy a pesar mío.
Supongo que para aceptar la “pérdida” de libertad (más bien, ceder un poco de esa libertad), uno tiene que estar verdaderamente enamorado, uno tiene que amar. Me acuerdo cuando en una clase me dijeron que, a pesar de lo que se decía, la libertad era un valor humano, no trascendental. Pues sí lo creo. Creo que el amor es un valor trascendental al que algunos acceden, y les va bien, y al que otros accedemos, y se quedan sin ganas de volver a pasar por las adversidades que el amor conlleva. A mí me pasa eso, justo eso… justo esta segunda opción en que el amor ya desgastó tanto que no sólo da pereza, sino miedo, y en el que uno ya no sabe si puede más la flojera o el temor. El punto es que yo no quiero querer. No es que haya alguien en particular que me ponga a pensar en querer, es que ante el mínimo pensamiento de que exista alguien entro en pánico y en negación. Dicen que no podemos negarnos al amor, pues como buena necia, yo me niego. Me niego a amar y a vivir, una vez más, la falta de correspondencia. Me niego a deprimirme una vez más por el mismo motivo. Me niego a ceder mi libertad para compartir la vida con otro, así como se comparte la vida en ese sentido.
¿Quizá podría tener un amor libre? No, tampoco tengo esa personalidad. Preferiría no tenerlo. Prefiero no tenerlo. No quiero volver a quebrarme la cabeza buscando señales donde no hay, buscando amor donde no me lo ofrecen, aceptando ofertas inferiores a lo que estoy dispuesta a dar. Si algo he aprendido con el rechazo, es justamente que uno adquiere mayor libertad, aunque sea involuntariamente, y luego la preservación de esa libertad es imperativa. Casi podría decir que es el único recuerdo que uno quiere conservar, y que uno atesora en el presente.
Y va más allá de no querer, es elegir un bien sobre otro. Soy libre y corro los riesgos propios de la libertad, que tienen que ver conmigo y mis decisiones, o amo y corro los riesgos del amor, en donde las decisiones son de dos.
Sí, pues sí, un valor es egoísta, el otro implica entregarse. Sin embargo creo que no estoy dispuesta a entregarme. En una entrada distinta escribí que soy una romántica empedernida. Y sí soy. Sí soy. Y una de las características de los románticos es que están solos. Solos como yo. Solos como yo he elegido estarlo. No pido que se lamenten por mí. Ni sé tampoco por qué lo escribo y lo publico aquí. Quizá es porque mi decisión siempre ha sido la misma, pero a veces creo que estoy hecha para ese valor trascendental que, de vez en cuando, me hace ojos, pero siempre es para burlarse de mí.
Prefiero la libertad.
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