He abandonado el otro blog. Lo dejé como dejo todas las cosas que empiezan a implicar tanto involucramiento emocional. Qué curioso. Eso es lo que pido y al mismo tiempo lo rechazo. Ahora rechazo mi blog, como rechazo tantas otras ideas positivas que vienen a mi mente, y abrazo otras negativas como si fueran ley.
La semana pasada fue una de intensidades. De pronto, de sentir muy poco, empecé a experimentar tantas sensaciones que sentí que se me acababa el alma para guardarlas. Sentí que una especie de gigante me infringía el yugo de su masa desde hacía muchos años, pero yo no había tenido el valor de reconocer que me estaba ahogando. Y un día, el espejo me dio el pinchazo y yo lloré tan fuerte como si hubiera contenido el llanto en la inconsciencia de que aquel gigante me había cortado las alas. Me conformé, y mi mecanismo de defensa creció hasta el grado de que me encontré irreconocible. ¿Cómo? Esa mujer que estaba ahí no era yo. Yo me veía distinta. Con otros ojos, con otras piernas, con otras características. Ésa de ahí, ¿ésa quién es? Me di cuenta de que abandoné a la persona con quien mayor involucramiento emocional tenía: yo misma.
Fue como despertar en un nacimiento cruel. Veintitrés años después. Nacer. Nacer para darme cuenta de que me da miedo sentir. Y antes, antes de que muriera por primera vez, no tenía miedo de sentir. Durante varios años he permanecido en una incubadora y de pronto, ese día cuando me vi al espejo, supe que había renacido en un cuerpo que no reconozco, con las mejillas hinchadas y las fosas abiertas. Me vi, y me palpé con horror y supe que era yo. Y lloré. Me dio coraje que aquélla que se dejó morir haya tenido tantos bríos para hacerlo sin notar que me dejaría en un letargo de años... y luego me haría pasar por todo este dolor. Por eso siento tanta tristeza. Por mí misma. Porque me abandoné. A mí, la única persona en el mundo a quien no debí abandonar jamás.
Y luego, para seguir patrones, abandoné mi blog. Y estoy en la línea, a punto de abandonarlo todo y volverme a abandonar. ¿Querer, querer? No quiero nada. Tengo ganas de arrancarme el corazón del pecho, porque como al parecer los sentimientos flotan, yo quiero materializarlos y arrancarme el dolor. Todo el día tengo un nudo en el estómago, así que también al estómago necesito decirle adiós. Quiero dejar de tener reflejo. Mirarme en el espejo y ver absolutamente nada. Quiero que la nada colme mi vida. No sé cómo dejar de sentir...
Pero sentir siempre es lo que me caracteriza. Si es así, entonces lo que quiero es dejar de racionalizar lo que siento. De buscar explicaciones. De encontrarlas. Quiero abandonarme a esta suerte que la gente no deja de mencionar y que yo no me resigno a que sea así, tan azaroso. Necesito vivir la tristeza para dejar de estar triste. Pero no sé cómo. No sé cómo ni una ni otra. Hace mucho que no estaba triste y no sé cómo hacerle. O quizá es que no dejé la tristeza atrás, y toda la felicidad que comenzó a embargarme no fue más que un gigantesco castillo construido de aire.
Pero el cauce de lágrimas se secó. Ni aun ahora existe. Se me secaron los ojos. Se me secó el alma y ahora está sedienta de expresar las sensaciones. Son incontables las veces de este fin de semana en las que he querido derramar lágrimas por lo perdido, por lo abandonado, y no sale. No me sale. Sólo siento. Siento cómo se me quiebran las rodillas y se me encoge el estómago, el corazón me tortura con punzadas y la mente con pensamientos. Pero mis párpados no son ya el manantial de hace tan poco tiempo.
Sería más fácil. Que me extirpen los sentimientos. Que me hagan una sentimentomía. Quiero irme. Perderme. Como el aire. Como la nada.
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