sábado, 2 de octubre de 2010

Saber rendirse

Saber tirar la toalla. Qué difícil es. Sobre todo para alguien como yo, tan obsesiva y aferrada a la gente. ¿Qué pasaría si me rindiera a tiempo? Es de sabios rectificar. Es de sabios reconocer, y yo no soy sabia, puesto que nunca he sabido cuándo es momento de emprender la retirada.

Siempre he dicho que una cualidad mía es ser perseverante. Pero generalmente omito que la perseverancia se convierte en obsesión. Y siempre termino lastimada en balde.

Si dejo el drama a un lado, la tristeza de la pérdida a un lado, la realidad es que dejar ir me hace sentir aliviada. Ahorita, en este preciso instante, me siento aliviada de haberme rendido. Cerca de un año después, ya, al fin, he dejado ir una amistad que dejó de serlo hace mucho tiempo. Toda esta indiferencia de parte de ése que alguna vez fue mi amigo, he decidido que es la última vez que me afecta.

Creo que simplemente yo no había querido ver que nuestros caminos ya son distintos, y que cuando quise ver en una promesa, otra vez, una promesa, la esperanza, la persona que me hizo esa promesa seguía siendo la misma y yo era la misma que se duele de una promesa incumplida, como siempre.

A esa persona la quise mucho, alguna vez fue una gran amigo. Pero de esa gran amistad ya solamente conservo el recuerdo. De esa amistad tan profunda ya sólo quedan los recuerdos y las migajas que es lo único que él puede regalar. Y no, por respeto a esos recuerdos, por respeto a esa amistad, yo no estoy dispuesta a actuar que somos amigos y a recibir las sobras. Ni la sombra de lo que alguna vez su amistad impactó mi vida.

Así que hay que saber rendirse para no deteriorar los recuerdos. Y yo me rindo. Hoy me rindo.

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