viernes, 17 de junio de 2011

Enterrado vivo (lidiando con un pobre lorenzo)

En mi lista de actitudes deleznables, en una parte muy alta está hablar mal de alguien cuando no tiene derecho de réplica. Qué curioso que se diga que la razón por la que decidieron correrme es porque hablaba mal del jefe. Pobrecito, está lorenzo. De verdad lo creo. Pensé que podía demandarlo por daños a la moral, pero podría esgrimir en su defensa el argumento de que está lorenzo, y probablemente me ganaría. A lo mejor habría testigos de que es paranoico, y quizá su paranoia sea patológica. Pobre lorenzo. Ahora que lo pienso, también podría demandar por despido injustificado, ¿de cuándo acá decir la verdad implica hablar mal de alguien? No, no, no es que esté reconociendo que lo hice. Pero seguramente lo que hablé, si hablé algo, no fue más que verdad.

Pero como el pobre lorencito tiene los cables cruzados, flojitos sus escasos tornillitos, y está arriba de un ladrillo mareándose por causa del poquito poder que trae el viento allá en la vida ladrillesca, y además de hablador, es un cobarde y un difamador. Está loco. Está lorenzo. Y lo mejor que pudo pasarme es que me alejara de su locura. Tan cobarde que me lo encontré de frente y no pudo darme la cara. Que necesitaba que me fuera para hablar mal de mí.

Supongo que en su lorencez (es decir, en su locura), cree que puso un ejemplo con mi partida. En su lorencez, cree que me dio más de lo que me correspondía. En su lorencez, todo mundo va a creerle porque, como buen lunático, todos están mal excepto él. Lo malo es que su lorencez se ha contagiado. Es una enfermedad altamente peligrosa. ¿Los síntomas? Basta cuidarse de los delirios de grandeza con complejos de inferioridad.

A los lorenzos hay que darles por su lado. Es justamente lo que este particular loquito quiere, que le den por su lado. Quiere seguir pensando que el ladrillo es la cima del mundo. Que no hay nada más importante que su labor encima del ladrillito. Pero es un ladrillo tan, tan chiquito, que tiene que compartir con tanta gente... Estoy segura de que no se le distinguiría de no ser por sus prepotencias y por su coerción. De no ser porque busca disfrazar su mentalidad chaparra con lucidez, y lo único que logra es mostrar que es aún más chiquito de lo que parece.

Así que, si este pobre lorencito habla, no lo escucho. Si este pobre lorencito grita. No lo escucho. Si este pobre lorencito vive, en mi mente está enterrado. Él seguirá recordándome. Inmadura, tal vez. Poco creativa, jamás. Subordinada suya, nunca. Yo, yo lo entierro vivo hoy, porque este lorencito es nadie. Es un enano mental.

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