miércoles, 10 de diciembre de 2014

La Jeni

Ella salva. Ni cuenta se da. Sonríe y punto. Salva. Es una hechicera inconsciente: con la mirada le basta para lanzar el conjuro fatal.

A mí me ha salvado en muchas ocasiones. De mí. De mis demonios. De los demás. Cuando se ríe. Cuando intercambiamos vulgaridades. Cuando trabajamos de madrugada e intentamos cantar las inalcanzables notas de Mónica Naranjo. Cuando se pone sus audífonos infinitos e interpreta a sus favoritos, aunque no sean favoritos de nadie más.

Sabe todo de mí. Hasta las cosas que no quisiera que se supieran. No las comenta conmigo, pero las sabe. Aguanta. Busca a esta ermitaña condenada a su ostracismo y la saca al mundo. Bailan. Bromean. Lloran. Comen. Ella lechugas porque su fuerza de voluntad es bárbara. Un día se siente gorda y al otro se contonea como Kim Kardashian. Justifica lo injustificable, como superheroína de Marvel. Va a marchas. Es activista. Es idealista. Familiar. Cursi. Tiene cinturita. Me alegra los días con sus ocurrencias. Me enojo con ella y los descompone.

Salva. Uno sabe que cuenta con ella. Se cree una cabrona, pero es un panecito suave que deleita al más renuente. La mandaron un poco más lejos de mí, pero en mi corazón, su amistad está cada vez más cerca.

Jeni, la que salva, se merece palabras más dignas de agradecimiento. Gracias, Jeni, por salvarme diario, de mí misma, de mis demonios, de los demás. Gracias por tu amistad.

Feliz cumpleaños.