lunes, 19 de enero de 2009

El otro

Hace poco leí en un libro de McGrath una frase que hablaba sobre llevar un diario. Decía algo así como que a veces las palabras fluían tanto que parecía que uno era escrito.
Yo no llevo un diario, así que me fue difícil comprender la sensación de "ser escrito". Tampoco creo en el destino, así que pensar en que uno puede salirse por un momento de su vida para que alguien más le dicte el camino simplemente me resultaba imposible de creer.


Me llamaron alcohólico. En el transcurso del mes me he emborrachado dos veces, al grado de que me despierto ebrio. Sin embargo, si me preguntaran, no me considero un alcohólico. Es decir, sé que bebo pero decir que soy alcohólico es muy drástico.

La verdad es que me lo dijeron y no estaba en mis cinco sentidos. Había bebido dos margaritas, un Cosmo, un mojito, dos caballitos de tequila y estaba consumiendo un vodka con agua quina. Sí, ya sé que con esta ennumeración parece que quien me lo dijo tenía razón...
Tal vez la tenga. No es que beba tan seguido, pero cuando lo hago no me controlo. Es una sensación tan placentera. Me gusta que mi vista esté adormecida. Me gusta que las palabras tarden más tiempo en caminar el sendero del cerebro a la boca. Me gusta desinhibirme. Como decía ese personaje de McGrath, en esos momentos siento que me están escribiendo. De pronto dejo de ser yo, dejo de tener voluntad y me convierto en el títere de mi propio subconsciente. Ya no soy yo. Soy un hombre distinto. Me siento muy cómodo con esa condición momentánea de marioneta en la que las decisiones que tomo en realidad no son mías. El cuerpo es el mismo pero el alma muta cuando hay alcohol en mis venas.

En mi última borrachera le pedí a una de mis amigas que me mostrara sus senos. Ella, que estaba tan perdida como yo, me los enseñó. Después me pidió que le enseñara "el glande" y yo, ni tonto ni perezoso, lo hice sin pensarlo dos veces. Fue mi subconsciente el que escribió esa noche. A mí ella no me gusta y yo no le gusto tampoco. Lo que siguió después de eso surgió de dos personas que no somos ella ni yo. El lunes siguiente, cuando nos vimos en el trabajo, ella se sentía incómoda. Entonces yo, que había tenido el domingo disponible para la cruda y las reflexiones, le planteé toda mi tesis sobre el alcohol que pierde la conciencia y que saca a relucir una personalidad distinta, individuos completamente diferentes que se posesionan de nuestros cuerpos y que, como sólo están momentáneamente en ellos, escriben nuestras historias.

Creo que la convencí porque dejó la incomodidad a un lado y bromeamos un poco sobre lo que sucedió aquel día. De lo que estoy seguro es que prefiero a ese otro que a mí mismo, sin embargo también creo que si lo dejara salir más seguido me aburriría de él, y comenzaría a sentir culpa por los actos que el otro comete cuando, voluntariamente, le cedo mi físico. Por eso este mes sólo ha salido dos veces, y puedo pasar temporadas enteras sin disfrutar del estímulo etílico.

Él es más divertido pero yo vivo con este cuerpo la mayoría de la semana.

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