sábado, 10 de enero de 2009

El taller de cuento

Ya no hice conclusiones sobre el taller de cuento que tomé de octubre a diciembre de 2008: fue un fiasco.

Empecé emocionadísima. Me hacía sumamente feliz el hecho de compartir lo que escribo con gente interesada en lo mismo que yo. Incluso la primera clase salí contenta porque todo apuntaba a que iba a aprender teoría y que después lo pondría en práctica. Tomaba apuntes. Estaba dispuesta a aprobar a todos mis compañeros sólo por el hecho de que se habían inscrito a un taller de cuento como yo.

Desafortunadamente el taller fue en decadencia. Ni siquiera tenía que ver con el hecho de que me iba mal en los comentarios hacia mis cuentos. Era la forma y los favoritismos los que acabaron por fastidiarme. ¿La forma? De pronto todos se sintieron expertos en crítica literaria y dejaron de respetar el hecho de que somos amateurs y de que nuestros textos decían mucho de nosotros (como todos los textos). Además, el profesor empezó a desarrollar inclinación por una de mis compañeras cuyas historias eran trilladas y, además, estaban mal escritas.

Sin embargo me parece que el taller fue un gran acierto porque conocí a Susana, una mujer seis años más grande que yo y egresada de la licenciatura en Letras Alemanas, quien compartía mis inconformidades con el curso.

Así, las dos hemos iniciado un taller de escritura. Hasta ahora sólo participamos ella y yo. Nos reunimos cada semana y conversamos y compartimos la pasión por la escritura que sólo alguien que la siente puede comprender plenamente.

El taller me hace muy feliz. Disfruto mucho acudir cada semana y escribir y compartirlo y recibir críticas al respecto y hacer críticas sobre lo escrito por Susana y leer cuentos de otros autores. Es el highlight de mis semanas. Lo siento como mi Ateneo de la juventud.

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