lunes, 26 de noviembre de 2007

Últimamente mi amplia y maravillosa oficina se ha convertido en un departamento oriental. Desde que los auditores llegaron no sólo está encerrado, sino que ya no tenemos libertad.

Somos siete en la oficina . Siete. Cinco vigilantes permanentes. Siete y un solo de basutra. Chrys (mi compañero y nuevo amigo) y yo ya ni nos podemos hablar por el bullicio que se hace, y toda nuestra comunicación se ha reducido al mensajero instantáneo de la empresa.

Estoy invadida en todos los sentidos: han llegado a tal grado de descaro que usan MI extensión cuando se les pega la gana -sí, sí es mía, tiene mi nombre y soy responsable de ella- e incluso se atreven a contestar el teléfono porque han dado mi número de extensión para que se comuniquen con ellos.

Pero el colmo sucedió el viernes pasado cuando llegué para encontrarme con la novedad de que uno de los auditores -quizá el más naco- tenía música puesta. ¿Que por qué me molesta? Porque desde que llegué a esa oficina he sido yo quien pone la música. Mi música determina mi espacio; marca mi territorio; me relaja; me ayuda a trabajar mejor. Y ese hombre osó ponerla sin preguntarme. Se aprovechó de que los viernes llego más tarde y puso música. Un hombre como él, corriente, vulgar, corrompiendo la música culta que emanaba su computadora y empapaba nuestros sentidos, pero él ni siquiera sabía cuál era el nombre de las piezas.

Y así, en reiteradas ocasiones escuchamos Fortuna Imperatrix Mundi mezclada con la ópera Carmen. No más. Sin variedad -uno debe satisfacer gustos diversos si quiere ser el DJ de una oficina-, tampoco me dejó poner música. Simplemente no.

Es MI oficina, es MI espacio, y la única persona con quien comparto pertenencia es Chrys, que es un pan y nunca se queja de nada. La falta de educación y abuso de los auditores me tienen harta. Me tiene harta la tipa que, ¡pobrecita!, no tiene personalidad y no sabe decir más que "sí"...

- ¿Bueno?
- ¿Sí?
- ¿Cómo estás?
- Sí...
- Un favor, ¿me pasas a Chrys?
- Sí..
- Sale gracias, cuídate.
- Sí...

Que eso sí, trae su lap top Vaio (¿así se escribe?) nueva y su bolsa Tous, únicamente para venir a sentarse y tobar el ya escaso aire concentrado e la oficina, para ocupar espacio y vigilarnos todo el méndigo día (aunque la mona se vista de seda, mona se queda).

En fin, el sábado compré unos audífonos. Así al menos podré conservar la intimidad de lo que escucho y el mínimo espacio de mi lugar... y podré lanzar un comentario ogt y oportuno cuando alguien me pregunte por qué deje de poner mi música en voz alta.

1 comentarios:

Rodricus dijo...

¡Qué post tan flamígero contra ese pobre auditor!

¿Tú música determina tú espacio? Qué idea tan interesante. La música efectivamente es un fenómeno espacial, lo que me lleva al tema del volumen. ¿Entre más elevado el volumen, más espacio tienes? ¿Y viceversa?