viernes, 4 de enero de 2008

Encuentros

Mis amigos siempre me hacen burla porque tengo una suerte extraña de atraer hombres raros en el transporte público, específicamente en el metro. Pero me parece que nunca he descrito aquí los particulares sobre mis encuentros del tercer tipo...

La vez más fuerte fue cuando me dejé engañar por la discapacidad de un individuo: estaba yo transbordando de la línea 1 a la naranja en Tacubaya. Mi mente estaba distraída porque creía que tal vez aquéllos serían los últimos días de mi estancia en la universidad, ya que me había ido a un extraordinario. Como nunca me había pasado esa vergüenza la exageré al máximo, pero mi beca peligraba y mi congoja crecía cada vez que lo recordaba.

En esas cuitas pensaba cuando caminaba ya sobre el andén. Generalmente me voy en el primer vagón porque está vacío. Entonces, mientras esperaba que el tren llegara, un hombre me saludó de lejos. Yo, distraída, le devolví el saludo. De lejos se notaba que tenía algún problema físico porque caminaba cojo. Pero rápidamente llegó adonde yo me encontraba.

- Hola- dijo extendiéndome la mano-. Me llamo Aurelio.
- Hola-. Contesté estrechándosela.

Tanto por su forma de hablar como por sus ojos desorbitados me di cuenta que era una persona discapacitada. Además, cuando nuestras manos se cruzaron noté que sólo usaba tres de los cinco dedos, y que los otros dos que no empleaba no estaban completamente desarrollados.

Entonces me preguntó "¿Te puedo dar un abrazo?", y yo contesté que cómo podía consentir un abrazo si ni siquiera nos conocíamos. Me volvió a decir su nombre y me preguntó el mío. Lo entendió mal. Me preguntó si podíamos abordar el siguiente metro pero yo contesté que me urgía tomarlo. Me agarró de la mano y entramos.

- ¿En cuál te bajas?

Como empezaba a darme mala espina, contesté que me bajaba en la siguiente estación. Aurelio me dijo que él se bajaba una después que yo. Que trabajaba en un súper mercado en el área de bebés. Quise separar nuestras manos pero cuando intenté hacerlo me di cuenta que había desarrollado una fuerza impresionante en los tres dedos. Al fin pude liberar mi mano y él me preguntó por qué la separaba. Contesté que necesitaba aferrarme al barandal para no caerme.

Cuando llegamos a la siguiente estación me despedí para bajarme.

- Te acompaño.

Sin acceder, bajó conmigo y volvió a tomarme la mano. Una vez en el andén me di cuenta que esperaba a que éste se quedara solo. Entonces comenzó a hablar. Me dijo que estaba muy bonita y que me agradecía que alguien como yo se hubiera atrevido a hablar con alguien como él, porque la gente le huía y lo ignoraba -por supuesto en ese momento yo pensaba que debía haber hecho lo que los demás- y que quería despedirse con un abrazo.

Por un momento pasó por mi cabeza que me asaltaría, así que accedí al abrazo pero apreté mi bolsa con la mano derecha. Aurelio apartó mi mano de la bolsa y la dirigió hacia su espalda baja. Me susurró al oído frases hechas dignas de Juan El Escamoso y me pidió que le diera un beso en la mejilla. A punto del llanto de desesperación, lo besé, pero cuando lo hice volteó la cara. Alcancé a quitarme, sin embargo el hombre juntaba su pelvis a la mía y por más que quería separarme mis piernas se congelaron de los nervios y era mucho más fuerte de lo que yo hubiera pensado. Cuando separaba su rostro me miraba los labios y entonces se acercaba como para besármelos, hasta que finalmente pude separarme y me eché a correr.

Recuerdo que aún me gritó: "Yo salgo a las 9. ¿Nos podemos encontrar aquí?"

Me escondí y cuando llegó el siguiente tren me subí hasta atrás.



El episodio me traumó. Sin embargo cuando lo conté causó gracia: un discapacitado con la mano mala había intentado aprovecharse de mí, una mujer mucho más grande que él.

Cuando el peligro pasó, lo que verdaderamente me entristeció fue que se aprovechó de su condición para hacer todo lo que hizo, y que yo fui lo suficientemente estúpida como para permitirlo.

Después de eso me propuse ser hostil con la gente. La siguiente semana me detuve en el expendio de pan que está en el pasillo de transborde a comprar unos Chocorroles. El señor que atendía me preguntó si tenía cambio y contesté que sí. Le di el cambio y me fui. Pocos días después regresé al expendio. Tomé otros Chocorroles del estante y cuando me disponía a pagarlos el señor que atendía -el mismo de la vez anterior- me dijo que quería invitármelos porque nunca había conocido a alguien como yo. Cuando le contesté que no, insistió y habló de mi belleza y mi amabilidad. Accedí y no volví a pararme en el expendio.

Después me tocó un taxista "romántico" que no quería hablar de otra cosa más que de mi matrimonio, mi "novio" y mis "hermosos ojos negros y grandes". Pero los conversadores en el metro terminaron.

Pues hoy me tocaron dos conversadores en el metro, uno nada más chismoso, el otro un rabo verde a quien la experiencia me ha enseñado a manejar. Después en el taxi me tocó un metiche, lujurioso y además, alburero.

No sé si me ven pendeja, confiada, inguenua o qué, pero estoy harta de esos hombres aprovechados que nada más porque me ven sola creen que estoy "necesitada" de amor... JAJAJAJAJAJAJAJA.

Fotografías: http://4.bp.blogspot.com

2 comentarios:

catrín lavandín dijo...

No mames... te lo hubieras madreado!

chachis obregon dijo...

jajajajajjajajajajajajajajajajaj