martes, 4 de marzo de 2008

No puedo trabajar. Sí, después de tres días sin venir es cínico que diga que no puedo trabajar. Pero no puedo. Me tomé un Red Bull para ver si se me quitaban el sueño y el dolor de cabeza, y se me quitaron, pero el malestar y el enojo y la frustración no se me quitan. No me soporto. Odio sentirme enferma. Estar enferma. Tener obligaciones con el mundo y no poder quedarme en mi casa, en mi cama tirada, mirando al techo y con las extremidades abiertas y flojas. Sin pensar. En búsqueda de que se me olvide el dolor, para ver si con el olvido llega la cura.

Me siento ansiosa. Con la mirada perdida. Pienso en todo, pero se me revuelve el estómago sólo con la vaga decisión de concretar un pensamiento y llevar a cabo alguna acción.

Estar en la playa. Ser pescador. O albañil. Construir casas. Tener una pensión. Que la sabiduría adquirida sea fruto de la inteligencia y que la cultura venga de la experiencia.

¿Cómo me largo de esta vida que no quiero? ¿Cómo me arrepiento del camino recorrido? No puedo, se lo debo.

No puedo trabajar.

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