sábado, 19 de abril de 2008

Carta

Esto lo escribí en septiembre de 2007. Se me ocurrió publicarlo porque a lo mejor servía transcribirlo del cuaderno a la computadora. De otra manera no lo hubiera leído. De algo debe servir. La carta no tiene modificaciones. Está tal cual la hice.

___________________________

En general eres un recuerdo lejano. Siento como si me hubiera inventado tu voz y tus blancas manos toscas y perfectas. Me pareces una idea que de pronto se tornó real y tan dueña de sí misma que me dio el golpe por la espalda.

Me evoco junto a ti como aquella que no regresará nunca. Como el sueño de inocencia que se desvaneció entre tus dedos y mi inconciencia, como la niña que creció contigo, o tal vez gracias a ti.

Cuando lo pienso bien me doy cuenta que hasta la mirada ha cambiado. Sentía los ojos más grandes cuando te observaba, más propensos a la sorpresa, más alegres, más pícaros. Ahora respiran la insoportable serenidad de la monotonía. Observan sólo para encontrarte, para congelar el tiempo en los instantes en que te veían pero la memoria ¡implacable! evita a toda costa que mis ojos te miren otra vez.

La memoria y las coincidencias se han unido. No te encuentro en los lugares que hace no tanto frecuentábamos. Como si el intento de borrarte fuera tal que las coincidencias me hubieran dado la cruel, aunque útil concesión de no toparme contigo.

Desde que me fui, perturbada, mi vida ha mejorado de manera gradual. Pero la niña que era niña de ojos dulces se ha perdido por completo mirando al cielo. La niña que era niña de corazón blando se ha quedado en los recuerdos, reviviendo aquellas situaciones en que podía estar contigo.

Y yo seguí creciendo. Tal vez perdida en un sentido, desubicada en el mismo. Traté de opacar tu imagen sustituyéndola con siete imágenes más. Enterré a la niña juguetona y me convertí en este intento de mujer independiente y poco necesitada de algo más que los instintos básicos satisfechos.

Me hundí en el sarcasmo como única reacción de libertad. Me aferré a tantas estupideces para seguir la vida que por mi huida, a pie juntillas, no encuentro cómo sustituirte.

Aunque mi amor por ti se ha terminado siento el hueco que ocupaste antaño. Sin querer te busco ocasionalmente en los gestos de la gente, en los niños que podrían ser tuyos, en los que me gustaría que fueran míos.

A veces despierta la costumbre antigua de planear futuro a tu lado. De conjugar los tiempos en el primero del plural.

Tengo un amigo que dice que soy como un hombre porque cuando estoy con alguien me incomodo, quiero irme rápido y me aterra el compromiso. Pero eso jamás pasó contigo. No existía yo pragmática, sólo yo idealista, romántica y llena de amor por ti.

Y ya no te veo, y es como si no existieras y yo no existiera para ti. Sigues tu vida sin mí, y yo continúo rodando como hoja al viento.

Pero el recuerdo regresa a veces y con él la añoranza y el cariño. De pronto el frenesí retumba en mis entrañas como si el tiempo regresara a los días en que no te tuve, pero desesperadamente me engañaba y me gustaba creer que sí.

Ya se me ha hecho costumbre que alguna palabra, olor o cosa vista desde algún ángulo específico me recuerde a ti. En el cerebro se detonan las situaciones escondidas que viví contigo. En cuatro años de tormento acaricié la esperanza de correspondencia de un amor que me afligía. De pronto me sentía tan querida, tan necesitada, que me parecía suficiente para un mes de quererte y necesitarte a ti.

Un año, siete meses y cuatro días han pasado desde aquel fatídico día. Muchas más que una semana he esperado curarme de ti. Mi oda al dolor que siento fue abandonarte y abandonar la parte de mí que se quedó contigo.

Desde que ya no está la ilusión de ti se me fue también la ilusión de un niño: me imaginaba –loca, obsesiva- a un bebé con tu color de ojos y la forma de los míos. Con tu nariz perfecta y mis labios. Tan alto como tú y moreno como yo, que se apellidara __________ Ramos y se llamara Santiago, porque a ambos nos gustaba el nombre. Estaba dispuesta a ceder que quisieras una niña llamada Andrea, a pesar de lo mucho que el nombre me desagrada. O pensaba tener más para tener a Ana.

Quería una casa en la Condesa y la idea de vivir ahí –no sé si conmigo o sin mí- no te desagradaba, aunque tú querías irte a Canadá y poner una tienda como Docker’s o Dillar’s. Yo moría por tener una librería de viejo.

Nos imaginaba discutiendo, como siempre fue nuestra naturaleza, pero no en frente de los niños. Y luego el make up sex, tampoco en frente de ellos.

Creía que aprenderíamos juntos. No tenía ningún problema con pensar que en todo serías mi único. Porque eres mi único elegido, el compañero y testigo que en realidad sería el “co-forjador” de mi vida.

De pronto cuando te decía que me moriría joven veía cómo escondías el miedo que te daba. De inmediato, con toda la autoridad del mundo, como si fueras vidente, me decías: “Claro que no Danila, los dos vamos a ser viejos fumadores y tomaremos mucho café”. ¡Con cuántas ganas esperaba entonces la vejez! Me vislumbraba señora de faldas y cabello blanco y corto, acompañada de un hombre alto, aunque ya jorobado y con bastón; arrugado y con la piel rojiza y bronceada por el tiempo. Tal vez tendríamos una casa campirana o en la playa. O, si pensaba con más detalle o más fortuna, nos retiraríamos a Mérida o Grecia.

Pero la verdadera pregunta –retórica, claro está- es cómo hacer para reconstruir el futuro tan minuciosamente imaginado contigo? No es que no quiera pensar en él, es simplemente que me faltan ganas de experimentar, de volver a creer que puedo ser feliz con una vida normal y cotidiana.

Extraño sentirme, aunque por momentos efímeros, el centro de un mundo que era nuestro. Pero también me pesaba que lo negaras a los demás. Echo de menos la casa que me forjé en tus brazos, nuestro lenguaje de señas donde yo te decía que te quería cuando peleábamos, y tú me decías que me querías cuando te levantabas tras de mí después de haberme hecho enojar.

Te desprecio. Pero te desprecio menos que lo que quiero al niño precioso que conocí y me dejó prendada desde el principio. Aunque fuera breve, la magia de los buenos momentos aún le gana a la amargura que me embarga y que se ha instalado en mi alma.

Te desprecio a ti, al de ahora, no al tierno que me hacía sentir segura y protegida. Desprecio ese lado de ti que ahora es el poderoso, aquél al que antaño derrotabas con tal de verme bien. Desprecio tu egoísmo. A éste de ahora no lo quiero ya, lo aborrezco por haberme quitado al otro.

Por mucho que quiera verte, entiendo que sólo el cuerpo es el mismo y que ha sido ocupado por un agente extraño que no sólo me odia, sino que además se ha encargado de borrar al niño que estaba en ti, y por ende a la niña que creció contigo.

Por más que te evoque, ése con quien quería pasar el resto de mis días en el mundo, aquél que me hubiera dado serenidad para la existencia eterna en el infierno, no existe más.

Hasta ahí llegué contigo. Hasta el punto de perdernos juntos. Tú te perdiste antes que yo pero no me lo dijiste, y cuando yo me enteré me perdí también… supongo que la niña corrió a buscarte porque prefería estar contigo que conmigo. Ellos dos huyeron antes que aceptar ser parte de lo que nos hemos convertido.

Espero, al menos, que mi infelicidad sea sólo sacrificio para que la niña, donde quiera que esté, sea feliz con aquel niño de oro que le cambió la vida.

Aunque sea en mi mente, aunque sea en mi mente.

Septiembre, 2007.

_______________________________

0 comentarios: