martes, 12 de agosto de 2008

To my friend...

Este post es para mi amigo y compañero de trabajo, con quien he compartido más o menos cinco horas diarias -o más, si contamos los ratos de esparcimiento- por prácticamente un año.

Sí, efectivamente, sentirse solo está del carajo. En el ámbito emocional, hay pocas cosas peores que levantarse de la cama, ir al trabajo, a la escuela, que andar en el metro y toparse de pronto con dos novios que se besan en todos los rincones que encuentran, sintiendo una mezcla de emoción por ellos y de tristeza -y nostalgia- por uno mismo.

De pronto el tiempo parece más lento y pesa como una loza sobre a espalda... porque no hay con quien compartirlo. sí hay amigos, porque a la gente buena los amigos les llegan fácilmente, pero parece que la bondad trae consigo el karma de que una pareja sea como encontrar una estrella fugaz.

Quisiera decir con toda certeza que a cada quien le corresponde un cada cual. Pero no lo sé. No sé tampoco si hay que probar mucho, pero he visto que hay a quienes les llega en el primer intento, y otros que buscan y exploran y que todavía no encuentran.

Supongo, mi estimado amigo, que hay una tercera categoría de aquéllos a quienes el amor no les llega fácilmente, aunque tengan tantos deseos y hayan hecho tantos méritos por amar y ser amados. A lo mejor caemos en la clasificación a la que Sabines dedicó un poema, a lo mejor somos los amorosos...

No sé, por más solos que nos sintamos, también nos sentimos mal porque en el fondo tenemos la esperanza de que algo mágico nos suceda.

Quizá la respuesta está en el planteamiento que Sabines hace de los amorosos, quizá la conocemos en el fondo, pero de esas dudas tejemos la misma barrera que buscamos franquear.

No sé tú, amigo mío, pero prefiero la añoranza por encima de la resignación.

2 comentarios:

Rodricus dijo...

Parece que no viene al caso, pero creo que sí. Te comparto este poema de mi colega Miguel Ángel Alvarado.

Los epilépticos.

Los epilépticos se quedan quietos.
La epilepsia es la enfermedad más elegante,
la más seria, la más arrogante.
Los epilépticos miran temblar sus manos,
abrirse espacio en la carne.
La paciencia les dice que nunca han de curarse; no se curan, se impacientan.
Los epilépticos nunca están solos
pero no se dan cuenta porque siempre están
retorciéndose, recorriéndose, evaporándose.
No se pueden salvar,
no se pueden evitar. Les apura evitarse.
Sólo saben gritar.

Los epilépticos tienen los labios fríos
pero quemantes.
Se ponen a pensar cómo sería si estuvieran sanos,
en paz sus cuerpos en todo momento.
Temblarían de aburrimiento, de vergüenza;
serían simples y se enamorarían.
Pero nadie sabe. ¡Hum! Sólo ellos.

De noche no duermen.
Lo hacen de día
para no morderse la cara
para no comerse la lengua
ni asfixiarse en las horas idas.

Los epilépticos están con dios
pero tienen al diablo dentro.
De sus cuerpos salen
y se ponen a platicar entre ellos.
Se tocan el sexo y aprenden cosas
que luego cuentan como si fueran cuentos.

Cansados de viajar sin salir de casa,
sólo cierran los ojos y se tocan el alma.
Tienen el cuerpo de mermelada y es amarga, amarga.
Se les caen los dientes, las entrañas.

Se hacen hambrientos de gente,
necesitan saber que son gente,
creer que todo lo tienen;
burlarse del amor y de esa espina
clavada en la cabeza.
Se ríen de todo. ¿Por qué se ríen de todo?
Los epilépticos son imortales
pero no se resignan. Quieren morir de verdad,
tener su propio ataúd, dejar de temblar.

Llenos, pero llenos de algo duro, que duele,
esperan el mediodía para llorar calladamente,
para decir "esta pastilla es la vida".
A veces tienen mujeres,
a veces; los epilépticos son así,
con senos, caderas y cuellos finos.
Pero no duran mucho.
No caben en la cama.
No saben ser almohada.

Los epilépticos sin tierra, sin pared,
sin hijos, sin historias de amaneceres intencionales,
no hacen nada.

Son como en el agua en las piedras, como el aire.
Sólo tiemblan.

Chrystopher dijo...

Muchas Gracias AMIGA, por la preocupación y por todo, y obviamente también por esta entrada.