El viernes pasado celebramos el cumpleaños de un amigo. Yo estaba agotada y con los ánimos bajos, sin embargo fui porque no podía fallarle, y porque pensé que podía ser una buena distracción de todos los enredos que traigo en la cabeza.
No me equivoqué. Aunque al principio buscaba cualquier momento para estar sola, la realidad es que al cabo de dos horas me ambienté lo suficiente como para bailar a pesar de que los zapatos me cansaban.
Salimos del lugar alrededor de las seis de la mañana. Yo tenía más de 24 horas sin dormir y, a pesar del ambiente, ya estaba cansada. El cumpleañero también se caía de sueño y al parecer era sólo Mario, otro de mis amigos, quien quería quedarse. De todos modos nos llevó.
Estaba amaneciendo. El cielo tenía cuatro tonos distintos: azul marino, azul medio, naranja y azul cielo, casi blanco. Además, en el tono más claro, podíamos apreciar la luna en cuarto menguante rindiendo pleitesía al sol naciente.
Por un instante, el amor que antaño sentí por la ciudad me sacudió con fuerza violenta. Sucedió cuando estábamos en avenida Reforma y llegamos al Ángel de la Independencia para observarlo bañado de amanecer. Una parte permanecía oscura y la otra era descubierta por el sol. El imponente Ángel conservaba el fondo naranja y azul y, desde mi perspectiva, la luna coronaba la cabeza de aquel ser mitológico con rostro Rivas Mercado.
Mientras tanto, ya desde el poniente, Mario y yo cantábamos canciones que me gustan mucho. La primera fue "Objects of my affection" de Peter Björn and John, que canté como si fuera la última vez que la escucharía. Después siguió "Me va a extrañar" de Ricardo Montaner, y con ella empecé a hacerme verdaderamente consciente del ambiente melancólico que rodeaba mi estancia en el coche. Mario me tomaba de la mano, como si eso nos convirtiera en cómplices, porque yo sabía los motivos por los que él cantaba esa canción y él conoce -tal vez mejor que nadie- los motivos por los que yo canté. Cuando corrió "No me pidas ser tu amigo", de Fernando Delgadillo, me costó mucho trabajo contener las lágrimas. Ya estábamos, ahora sí, en el Ángel, y esa imagen que describí antaño se conjuntó con la composición del trovador y con la frase que Mario me dijo: "Nadie puede entender esta canción mejor que tú"...
Aquellas palabras que me sé y que me gustaban cobraron un nuevo sentido. Por un lado volvía a dolerme, por el otro estaba ahí mi consuelo, ese verdadero amigo que dijo lo que tenía que decir para saber que la oscuridad da paso a la luz, para sanar cada una de aquellas frases que me dolía y me dejaba de doler inmediatamente después de cantarlas, para rescatarme del Hades y dar paso a la primavera.
Ahí fue cuando lo supe. Ahí, en ese momento, supe que esta entrada del blog era de él. Supe que estaba sintiendo la verdadera magia, porque no puedo llamar a esa mezcla de sensaciones e imágenes de otra manera...
Hace poco Mario también cumplió años. Envió un mail y estaba pensando qué contestarle... creo que ésta es mi mejor respuesta:
Gracias por hacer magia conmigo.
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