domingo, 5 de abril de 2009

De ahí vengo

Es cierto que hay personas a quienes envejecer les sienta de maravilla. A este señor encorvado, rosado y redondo, le va muy bien la vejez. Él siempre se queja de sus achaques, pero cuando va al doctor, éste lo felicita y se sorprende de que a sus casi 77 años, posea tal condición física, sobre todo porque empezó a fumar cuando tenía nueve años de edad.

Mi abuelo es un hombre lleno de contrastes: por un lado le fascina el control, que le digamos lo que platicamos entre nosotros, aunque no sepa bien de lo que hablamos, pero no le gusta hablar de sus cosas. Es súper explosivo pero casi no se enoja. No tiene tacto, pero tampoco le gusta que lo traten sin él. Uno de los episodios tragicómicos de mi vida es con él y mi mamá.

Es adicto al cigarrillo tanto como es adicto al futbol. No se pierde el torneo nacional. Es el típico hombre que le grita a la televisión, como si ésta, a su vez, transmitiera que el árbitro es un pendejo, que Hugo Sánchez es un comemierda cazafortunas malinchista, y los comentaristas son absolutamente parciales, pero ahí está viendo al América jugar (aunque es archienemigo), escucha a los comentaristas y lee el periódico deportivo para refutar las estupideces que dicen los demás.

Y es que, para él, todos los demás están equivocados. Él tiene la razón. Siempre. Es necio por convicción. Más de una vez ha pasado que algún otro miembro de la familia va al cine, y cuando le dice el argumento de la película, él contesta que ya la vio. No hay poder humano que lo convenza de lo contrario. Y lo dice tan seguro, que por un momento parece que la verdad empieza en sus palabras, y se agota en lo que desconoce.

Siempre trabajó. Desde que cumplió nueve años. Su padre se murió cuando él tenía siete y toda la familia, que constaba de doce hermanos más y la madre, inmigró al D.F. en busca de mejores oportunidades. Y sin embargo, el corazón de mi abuelo está en Zamora, Michoacán. Uno juraría que vivió ahí toda su vida, y no apenas el principio.

Es un simplón. Se ríe de todo. Se exaspera por todo. Me regaña cuando me está felicitando. Me felicita cuando me regaña. Va al VIP's diario, porque en la barra se encuentra con otros viudos o viudas que también desayunan ahí todos los días. Se queja de la señora de la limpieza, pero si algún día decidiéramos decirle que se fuera, él se iría con ella y, también, como es tradición en casa, le fascina el drama.

A pesar de todo, de la brecha generacional y de las cosas que nos exasperan sobre el otro, es con quien mejor me llevo en mi casa. Sus quejas constantes me llenan el corazón de ternura. Su pasión por el futbol me lleva a sentarme con él, de vez en cuando, a ver los partidos televisados. Me gusta escucharlo hablar de la extraordinaria historia de cuando huyó de su casa y trabajó un año en Oaxaca en unos cafetales. Pero, lo que más me gusta, es evocar el recuerdo que tengo de la infancia, uno de él y mi abuela abrazados...

De ahí vengo

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