sábado, 4 de abril de 2009

La mujer maravilla

Tenemos 23 años y siete meses de conocernos. En mi memoria no están todos los días, ni todos los meses, ni todos los años, pero en la de ella sí. Se acuerda perfectamente de cuando me llevó a la playa envuelta en un saco de líquidos y cobijada con su carne, con su piel.

Me conoce tanto, aún antes que yo misma, que decidió nombrarme así como me llamo. Que decidió quererme con la certeza de que yo todavía no la quería, porque no sabía cómo querer a nadie. Primero me crió acompañada del señor que estaba a su lado y que, me dijeron, se llamaba padre. Después, cuando la vida nos quitó ese privilegio, trabajó y trabajó arduo mientras mi hermano y yo crecíamos entre el olor a tabaco y perfume de la casa de mis abuelos.

De ella heredé los ojos grandes y la nariz chata. También esta sensibilidad excesiva que, desde que adquirí conciencia, me hacía llorar cada vez que en los recitales escolares me ponían a cantar "Señora", y cuando me ganaba la vergüenza de que, una vez más, estaba llorando por cualquier cosa, la miraba para darme cuenta de que ella también derramaba lágrimas.

Cuando mi papá faltó también a ella le cantaba "Hoy tengo que decirte papá...", porque automáticamente ella se convirtió en ambos, una especie de quimera madre/padre.

Jamás me limitó la lectura. En mi casa había un gran librero -grande para una niña de cinco años- y yo podía elegir qué leer, sin importar cuánto la criticaran porque a muy corta edad leí Romeo y Julieta o Los cachorros. No entendía nada, pero ella me dejaba.

Si decidí ser escritora fue, en alguna medida, por su influencia: desde que aprendí a escribir me regalaba diarios que todo mundo leía excepto ella. Siempre ha respetado mi intimidad. Siempre, así lo que tuviera que platicar eran las cuentas que a ella le rendían en la escuela, o las numerosas ocasiones en las que me caí de los columpios y me raspé las rodillas, o más grande contara mis idilios amorosos.

Luego, cuando aquella decisión de escribir fue seria, me apoyó incondicionalmente: a los doce años me inscribió a un taller de cuento. Abordábamos temas que yo todavía no entendía, pero ahora que reviso esas conversaciones entiendo por qué las sostuvo.

Por coincidencias extraordinarias, ella estuvo en el preciso momento en el que me rompieron el corazón por primera vez. Padeció conmigo cada una de mis lágrimas. Me dejó sentir. Era algo que tenía que vivir y respetó mi espacio y me dejó sentirlo. Me dejó adolecer. Fue la única que entendió que en la pubertad uno no se soporta a sí mismo.

Me castigó cuando tuvo que hacerlo. Cuando me suspendieron por acciones nimias ahora, pero que en aquel momento eran muy importantes. Tuvo la paciencia para ir cada semana a la escuela, porque era tan traviesa que la mandaban llamar para acusarme con ella.

Éramos cómplices. Ella sabía todo de mí. Yo confiaba ciegamente en ella porque me dejaba tomar mis propias decisiones. Me dejó cortarme la larga cabellera cuando cumplí seis años. Vestirme como hombre cuando tenía once y me acomplejaban los cambios en mi cuerpo. Me dejó decidir. Me enseñó a decidir desde el primer momento en que hice mis propias elecciones.

Nos hemos distanciado un poco. No siempre lo que decido es lo mejor para mí ni lo que a ella le parece más seguro. Pero me sigue dejando. Sigue mis pasos, ya no para levantarme si me caigo, sino para que yo sepa que está ahí, echándome porras, cada vez que me caigo y me raspo. Es mi mejor ejemplo a seguir: el de la fuerza de voluntad, la perseverancia y la templanza. La vida la ha tirado muchas veces y, aunque se tome su tiempo, se levanta más fuerte que la vez anterior.

Creo que la diferencia es que mis ojos la ven como quien es: un ser humano. Mi mirada se ha transformado de la súper heroína que veía. Pero ella no ha dejado de ser la Mujer Maravilla, es simplemente que maravilloso no excluye imperfección. De hecho, es justo el equilibrio el que hace a alguien grande, así como lo que hace a un valiente, es justamente el miedo.

2 comentarios:

Leíto Martínez dijo...

Ay Charba!!! Tu sentimental y uno tan lágrima-fácil!!!

Maricela dijo...

Yo tambien lloraba cuando cantaba señora, a la fecha se me llega a cortar la voz conesa cancion