domingo, 3 de enero de 2010

Intensos

Uff, soy una intensa y esta entrada es prueba de ello. Desde ayer había pensado en hacer esta entrada sobre la intensidad.

Esta palabra "intensidad" se define en el Diccionario de la Real Academia Española como "2. f. Vehemencia de los afectos del ánimo." (ver RAE). Para quien no sepa, vehemente es impulsivo, apasionado, impetuoso, entre otros sinónimos que podríamos encontrar...

En fin, como al parecer lo común en esta sociedad es ser "diferente", mientras más "intenso" se es, mejor. En mi opinión, nada más equivocado. Yo sí soy intensa, desafortunadamente. Soy intensa y estúpidamente apasionada de algunas cosas nimias. Me gustaría estar más equilibrada. Tener más inteligencia emocional. De ninguna manera me gusta "intensear". No sólo por los demás, sino en principio, por mí.

De verdad creo que he perdido mucha gente por mis niveles de intensidad. Una vez alguien me dijo que conmigo las relaciones, de cualquier naturaleza, eran profundas e intensas. Y desde esa conversación me dio la impresión de que había que bajarle. De pronto pensé que era este ritmo apresurado de sentir y apasionarse y dolerse y llorar y reír y tristear e "intensear", resultaba atrayente y, con el tiempo, también era lo que terminaba por alejar a las personas con quienes he tenido las relaciones más profundas de mi vida.

Así que le he bajado. Con el tiempo me he dado cuenta de que "ser intenso" no tiene nada que ver con sentir, ni con pensar, ni con tener bien cimentadas las bases. Ser intenso representa el principio de los males de la sociedad moderna de los que hablaba Perelman (que a su vez cita a un autor pero no me acuerdo cuál): el individualismo.

Soy partidaria del individuo, de su intimidad, de sus espacios, del "egoísmo" -pensar primero en el bienestar propio para poder brindar bienestar a los demás-, de la soledad. Pero jamás seré partidaria del individualismo. Y, en mi opinión, la intensidad es un síntoma claro de individualismo, una enfermedad que no quiero tener.

Así que hay que bajarle. Nomás se trata de entender -de verdad entender y no decirlo de dientes para afuera- que hay otras opiniones distintas y, sobre todo, que no todo es acerca de uno. Afortunadamente no cargamos con la responsabilidad de ser los masters del universo. Ni siquiera del nuestro en el que cometemos errores.

En la vida no hay Juancamaneis. Un intenso puede pensar que él/ella es, pero no. Menos que todos, estamos más lejos de ser Juancamanei. Llega un punto en el que el hartazgo domina al/los receptores de nuestra intensidad y nadie nos hace caso.

¿Cómo lo sé? Por una estupidez. Resulta que en twitter sigo a una persona cuyo nombre no mencionaré aquí. Se llama... jajaja no es cierto. Nos seguimos mutuamente y prácticamente no interactuamos. Por sus tuits me da la impresión de que esta persona se siente perfecta, pero de pronto sale con tweets que dicen que se equivoca, a pesar de que la gente le da argumentos y sigue montada en su macho. Esta persona explica sin que le pregunten, se proyecta, saca sus traumas.

Me da risa y me parece un poco patética. Creo que hay foros para llevar la intensidad y foros donde no. Viva la libertad de expresión, de lo contrario ya habría visto la manera de que se callara y calmara sus yemas. Luego lanza tweets al aire hablando de su número de followers elevado, como si cantidad definiera calidad de contenidos.

¡Y es Twitter! No es necesaria la cantidad de contenidos. El principio básico es "what are you doing?" Uno puede contestar "Estoy metiéndome el dedo a la nariz" o "Estoy conmovida por esta noche estrellada" y da igual.

Es Twitter. Bájale a la intensidad.

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