sábado, 13 de marzo de 2010

Encadenados a la borregada

La primera vez que fui a un antro tenía como 17 años. Nunca llamaron particularmente mi atención, sin embargo el tipo del que estaba enamorada cumplía años y lo celebró en un antro. Se llamaba "La Tradicional". El antro, no el tipo. Total que fuimos. El plan original era festejar en Carlos 'n Charlie's pero, como la mayoría de nosotros aún no cumplíamos la mayoría de edad (él es meses mayor) no nos dejaron entrar. En La Tradicional sí, después de un rato de estar en la cadena.

Las cadenas. Siempre la palabra cadena denota prisión, falta de libertad. En el caso de los lugares de entretenimiento, cadena es el impedimento para que la gente entre a un lugar, y los Carontes -bueno, es una falta de respeto a la mitología que compare a esos gorilas con Caronte, pero me tomaré el atrevimiento por aquello de que en todos los casos, son guardianes-, los Carontes vigilan que al lugar sólo entre la "gente adecuada".

Me acuerdo perfectamente que, cuando fui a La Tradicional, casi rogué porque nos dejaran pasar. Entonces el tipo acercó su boca a mi oído y murmuró: "No les ruegues, mientras más mamona te comportes, más rápido entras". Yo, que en esa época era súper insegura, juré que la razón por la que no pasábamos era que yo no estaba vestida adecuadamente y parecía una quimera con el cabello corto y senos. Cuando al fin pasamos, me sentí aliviada porque creí que nunca lo volvería a hacer.

Luego, unos diez meses después de esa ocasión, una de mis amigas quería festejar su cumpleaños. ¿Por qué no? En un antro. Casi era una tardeada. Yo, que no quería que me discriminaran de nueva cuenta por mis vestimentas hippies y mal combinadas, me llevé un vestido de noche que tenía una apertura a medio muslo. Nada que ver con la vestimenta apropiada para un antro, pero yo juraba que estaba súper bien.

Y llegamos. Y esperamos, y esperamos, y esperamos. En este caso, las Carontes eran un par de chavas de complexión delgada, ESPANTOSAS, que nos miraban a mi amiga y a mí como si fuéramos unos bichos raros. Después llegó una tercera amiga de mi amiga. Y las tres nos quedamos observando cómo la cadena se acababa, y nosotras seguíamos afuera.

Aquel suceso acabó con mi autoestima. Yo me fui y no entré. Al lunes siguiente, mi amiga me contó que había hablado con el dueño para decirle que quería su dinero de vuelta -había pagado en preventa las entradas al lugar-, pero me habría resultado muy incómodo entrar y bailar en un lugar donde me habían sobajado de esa manera.

Después, salvo una vez, sólo he ido a lugares con cadena porque gente que es muy importante para mí me invita, y no tengo que hacer cola para entrar. Entramos de inmediato por la razón que sea. Permanecer aunque sea cinco minutos esperando que me elijan me traslada a esa tarde en Revolución en la que yo me quedé afuera con mi vestido negro puesto y sintiéndome la mujer más horrenda del planeta.

Conforme fui creciendo me di cuenta de que, de ninguna manera, soy la mujer más horrenda del planeta y que, de hecho, soy lo suficientemente guapa -yo diría que más que suficiente- como para entrar adonde se me dé la gana y que, en realidad, no tendría porqué importar si de verdad fuera la mujer más horrenda físicamente, o si tuvieran que darme tres sillas para que mi trasero cupiera sentado, NADIE se merece que lo discriminen, ni siquiera esos guaruras que están en las cadenas discriminando a los demás (si ellos se formaran en la cadena, seguramente no los dejarían entrar).

Ayer, la situación del vestido negro se repitió, sólo que esta vez yo traía un vestido verde sueltito y cortito (no muy cortito) e iba con mi mejor amigo. Y no nos dejaron pasar. Yo veía al de la cadena con tanto desprecio, y me caí mal.

Ha pasado más de un lustro y otra vez estaba ahí, esperando a que me dejaran pasar. Una vez más, sólo que ahora tengo 23. Me sentí impotente y enojada. Otra vez permití que un pinche gorila que no tiene ni la mitad de educación que yo, ni la mitad de belleza tampoco, que masca chicle como tortillero y trae colgado un rosario con una cruz de madera, volteara hacia arriba mientras mi amigo le hablaba, porque si lo viera a los ojos se daría cuenta de que lo único que le da poder a él somos nosotros y toda la gente que se forma y permite esa humillación de ser escogidos como mujeres en casas de citas.

Lo peor es que la diversión de los que están adentro se merma por la pena que sienten hacia los que están afuera y no pueden pasar. Hasta eso está mal pensado.

Me queda claro que somos masoquistas. Vamos a lugares donde nuestro dinero es mal recibido -o, en el caso de ayer, mi amigo y yo ni siquiera pudimos gastarlo-, y hacemos filas enormes para pasar y encontrarnos con otras personas igual de idiotas que nosotros, porque hicieron la misma larga fila para entrar.

Por mi parte, ya decidí que no quiero pasar ni cinco minutos más en una cadena. Añoro libertad, y la libertad tiene que darse incluso en las nimiedades. No más. Es mi responsabilidad si me expongo a que me discriminen, y no quiero cargar con eso.

Así que, todo lo anterior sólo es para decirles que si celebran su cumpleaños y me invitan, tengan la certeza de que con gusto asistiré si no hay cadena. Si hay, los invito a cenar un día después. Nada vale los malos recuerdos, ni el trato injusto de los otros.

Por cierto, este lugar al que fui se llama Dubai. Si confían más en un juicio inteligente (el mío seguro es), no vayan. Ni entré, pero les aseguro que ni hay atractivo visual. Además, entré a su página y lo que leí es completamente incronguente:

"DUBAI ABRE SUS PUERTAS A TODAS AQUELLAS PERSONAS QUE GUSTAN DE LA MUSICA (sic) Y LA COMBINACION(sic) DEL KARAOKE CON LA FUSION DEL DJ RESIDENTE.

NUESTRO OBJETIVO ES OFRECER A NUESTROS CLIENTES UN LUGAR DONDE LO MAS IMPORTANTE ES DAR UN BUEN SERVICO Y HOSPITLIDAD (sic) YA QUE NUESTRO PERSONAL ESTA ALTAMENTE CAPACITADO EN AREA DE DIVERSION NOCTURNA, MANTENIENDONOS ACTUALIZADOS EN LO MEJOR DE LA MUSCA Y VIDEOS DE TODOS LOS GENEROS, SIEMPRE PENSANDO QUE CADA CLIENTE ES UNICO."

De hospitalarios y buen servicio no tienen nada. Y eso de "abre sus puertas a todas aquellas personas que gustan de la música"... les aseguro que sé más que ellos de música, y no me abrieron las puertas.

En fin, ya me desahogué. Me sigo quedando con mi combinación hippie/alternativa/fodonga, y los lugares que frecuento donde a todos nos dejan ser.