sábado, 9 de octubre de 2010

Dejar ir II (o dejarnos ir)

Dejarme ir cuando dejo ir a alguien. Tal parece que uno (o yo, mejor hablo por mí) se aferra a los otros porque hay algunas relaciones en las que me he entregado tanto que me cuesta dejar ir. Creo, tal vez, que es porque me cuesta dejar ir también esa parte de mí que se va con la otra persona. Qué egoísta suena, ¿no? Pero al final del día buscar la felicidad, aunque ésta incluya a otros, es un acto sumamente egoísta.

La terapia me ha ayudado mucho a que mi introspección dejara de ser destructiva y se convirtiera en un verdadero análisis. No sólo me ha ayudado a eso, pero es un punto importante. En la semana pasada, me di cuenta de que, al parecer, el saldo que yo creí liquidado sigue pendiendo de algo, aunque ese algo sea mínimo, es lo suficientemente fuerte para seguir atada. Por supuesto que mi respuesta fue que yo ya no tenía deuda que cobrar, y que me daba la impresión de que era ese alguien que no me dejaba ir, que sigue enojado conmigo.

Entonces me cayó el veinte: lo más difícil de dejar ir es que uno renuncia a sí mismo. A su comportamiento con el otro, a los recuerdos que no volverán a ser presente. Es mucho más difícil recordarse que recordar a los demás. Incluso, si indago en la idea, me da la impresión de que es mucho más sencillo convertir la imagen del "yo" del pasado en un "yo" que es "tú", o sea, es como desdoblarnos. Así que, entre muchas otras cosas, me dio la impresión de que él no me deja ir porque no se deja ir. No quiere perder lo poco que le queda de ese niño que alguna vez conocí. Y que él conoció.

Sin embargo, yo ya estoy harta de eso. Quiero que me perdone por lo que le haya hecho, y luego nos deje ir. Sobre todo, quisiera que se perdonara, porque yo ya lo perdoné hace mucho.

Y ya me perdoné, y ya me dejé ir... Y me gusto más así.

0 comentarios: