martes, 6 de septiembre de 2011

El mal uso de la palabra magia

(Del lat. magīa, y este del gr. μαγεία).
1. f. Arte o ciencia oculta con que se pretende producir, valiéndose de ciertos actos o palabras, o con la intervención de seres imaginables, resultados contrarios a las leyes naturales.
2. f. Encanto, hechizo o atractivo de alguien o algo.

Fuente: Diccionario de la Real Academia Española

Estoy harta del uso de la palabra "magia" para designar la química de una relación de dos. Está mal empleada y es solo un pretexto burdo, tanto para sentir maripositas en el estómago, como para justificar la falta de ellas.

La magia no es otra cosa que inducir el cambio con el uso de palabras. "Abra cadabra" son palabras que, en el mundo de la fantasía más llana, van a provocar que un conejo salga de un sombrero que, antes de la pronunciación, estaba vacío. Pero las palabras no se dicen solas, las pronuncia un mago. Un mago que tiene cierta intención y que, sobre todo, tiene la voluntad de ser mago y transformar a través de las palabras.

Así es, no somos sujetos de magia sino los creadores de ella. O sea, en una relación no puede haber magia a menos que yo decida que quiero hacer magia (decidir es un acto de la voluntad, por cierto).

¡Qué diferencia inmensa entre el verbo haber y el verbo hacer! Hacer=acción. Haber=pasividad.

Así que, la próxima vez que escuche una justificación o un lamento que incluya la construcción "[no] había magia", voy a dar por hecho que quien me lo dice tuvo la responsabilidad de hacer magia, o no hacerla.

En los actos de voluntad es imposible deslindarse de la responsabilidad: la verdadera magia es tomar la decisión de estar para el otro, sin importar si hay o no revoloteo de maripositas. Es nuestra elección si seguimos haciendo magia, si nos detenemos o si nunca la hicimos.

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