viernes, 18 de noviembre de 2011

Ser o no ser buen cliente en Don Keso

La primera vez que Mario me llevó a Don Keso estábamos en el cuarto semestre de la carrera. Estefa, él y yo pasamos horas buscando el lugar hasta que, como a la una de la mañana de un día entre semana, dimos con él. Un lindo restaurante casi en la esquina de Ámsterdam y Parras que estaba por cerrar cuando llegamos. Bebimos una jarra de cerveza de barril oscura, reí como loca de las anécdotas que Estefa y Mario me contaron, y me enamoré del lugar.

Eso fue hace cinco años.

Desde entonces, he visto desfilar meseras; me ha tocado que no haya terminal para pagar con tarjeta o que pida un tarro de barril oscura y me digan que no hay. ¿La verdad? El servicio es malo y lento, pero la actitud hace la diferencia y Don Keso me parece un lugar de buena vibra.

Ayer fui con mis amigas. Llegamos al cuarto para las 8 y nos fuimos a las 12; en ningún momento dejamos de pedir comida y bebidas. Como la compañía y el buen rato estaban a la orden del día, decidimos obviar el hecho de que el servicio estaba mucho peor que de costumbre. Mejor dicho, la actitud estaba fallando: cada vez que pedíamos algo a la mesera, parecía desesperada e impaciente.

Todos podemos estar de malas. Quizá tuvimos un mal día o nos hicieron enojar; y si mi trabajo involucra servicio, en alguna medida hay que pretender. Si un día no quieres actuar, mejor ni te presentes.

La actitud de la mesera fue TAN MALA que nos dejó atónitas. Parecía que nos regañaba cuando nos respondía; en más de una ocasión nos dejó con la palabra en la boca. La propina se gana. Y, la verdad, ella no se la ganó.  Maricela habló con ella en el tono más amable sobre su terrible manera de atendernos. Y sí, en este país el cliente -que es quien paga- siempre tiene la razón. Sobre todo cuando lo atendieron tan mal y está haciendo una observación educada y pertinente. Sin embargo, la mesera asumió una postura defensiva, interrumpía a mi amiga en medio de una frase y, al final, ante el argumento de Mari, "Hay lugares más llenos" (que contestó luego de que la mujer justificara el maltrato con el pretexto de que tenía mucha gente y mencionara que la propina era menor al 10 por ciento), su contra argumento fue: "Y también hay mejores clientes".

Rápidamente hice un compendio mental de todas las veces que he ido a Don Keso desde aquella primera visita de madrugada. Al menos cada cumpleaños desde hace tres años. El de 2011 mis compañeros de trabajo, mis amigos y yo estuvimos ahí por lo menos diez horas. Llevo a mis amigos, y ahora ellos llevan a sus parejas y a sus amigos, y si esos amigos de mis amigos llevan a sus parejas y a otros amigos, la lista se vuelve interminable. He ido tan seguido que en algún momento me convertí en mayor de Don Keso en Foursquare. Parecen banalidades, pero cuando la mesera dijo "Y también hay mejores clientes", me puse a pensar en el dinero que he pagado en el restaurante, la cantidad de gente que he llevado y se han vuelto clientes frecuentes, en el hecho de que por lo menos voy una vez a la quincena, y ha habido semanas en que como o ceno ahí dos días. Para ser más clara, he sido comensal desde antes de que la mesera trabajara ahí.

Para mí eso es ser una buena clienta. No buena, excelente, y obviamente no pido una recompensa, únicamente que, cuando me pare por ahí, mis amigas y yo recibamos un servicio decente, porque definitivamente ayer no sentí la buena vibra de Don Keso que siempre me hace regresar.

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