domingo, 11 de marzo de 2012

El síndrome de Alí

Cuando estaba en la secundaria, todas sentían atracción por Alí. Era un muchacho medianamente guapo, no muy limpio, con notas pésimas. Y sin embargo, su sonrisa de dientes necesitados de ortodoncia nos cautivaba. Por supuesto, yo no era la excepción. También me gustaba muchísimo. En segundo de secundaria, en algún punto me sentaron junto a él. Banca con banca, codo con codo. ¡Cómo me gustaba! Luego, una amiga me contó que, en clase de computación –yo cursaba Dibujo Técnico–, él admitió que yo le gustaba también. Me bastó esa certeza para que el mundo se moviera y mis días se ilumaran de colores vivos y, después, de las tormentas propias de la adolescencia. Entre nosotros nunca pasó gran cosa. Yo me enteré de que le gustaba y, en vez de propiciar que el gusto creciera, me volví enojona y molesta. En algún punto, Alí me dijo que quería andar conmigo, pero "en secreto". Algo me llamaba a decirle que no y así lo hice. Después me enteré de que, mientras yo jugaba el inocente juego del coqueteo adolescente, otras de mis compañeras de tercero de secundaria apostaban al póquer, es decir, sacaban toda la artillería pesada en tanto yo quería caminar tomada de su mano por los pasillos de la secundaria.

No sé cuántas cosas habrá hecho Nadia para amarrarlo. No sé y tampoco me interesa. La cuestión es que ella cedió, cedió, cedió y Alí se sintió totalmente seguro de ella. Tanto que, mientras salía con ella, se atrevió a proponerme "andar en secreto". Seguramente, cuando Alí se case, va a andar en secreto con muchas mujeres, tantas como su sonrisa magnética cautive.

Por su parte, Nadia, que se encargó de aislarlo de todas las maneras posibles. Que se adelantó a su edad con tal de ganarse a Alí, como si él fuera una presea. Y Alí, a pesar de que estaba con ella, me buscaba. Y a mí me gustaba. No le decía que sí, tampoco sabía que salía con Nadia, pero ahí estaba. En aquel vaivén de emociones donde no se decidía nada. Donde él no me dejaba y yo tampoco salía del círculo.

 Y entonces un día yo me quedé sin más opciones. Y él tenía dos, tres o cinco o veinte. Porque todas seguían muriendo por él y por mí ya no moría nadie. Estaba tan volcada en esa relación que no me di cuenta de que otros caminaban por ahí, esperando. Sin embargo, cuando se cansaron, resentí que sus sombras faltaran en mis días soleados.

Alí terminó con otra chava, compañera mía. Ni con Nadia ni conmigo. Y Nadia terminó sin opciones de ahí a que acabó la secundaria y yo, cuando dejé de interesarme, me conseguí a otro en quien pensar y poner mis esperanzas de andar por los pasillos de la secundaria tomados de la mano.  Esa historia no pasó a mayores porque teníamos 14 años.

Sin embargo, hace unos meses me enteré de que una conocida mía está enamorada de un hombre. Este hombre no la ama, pero tampoco la deja ir. Están en un estira y afloja constante. Ella ignora si él tiene otras mujeres, como yo desconocía la relación entre Nadia y Alí, aunque la simple idea de que él pueda estar con otras le carcome las entrañas. Lo sé porque se le nota, no porque me lo haya dicho, pues ella y yo no somos amigas. Me imagino que, si lo fuéramos, tendría más confianza para decirme que su Alí no la ama y ella es adicta a él. Si algo me queda claro es que él también tiene una adicción: le gusta que lo hagan sentir bien y, en cambio, paga a esas mujeres con desdén y, en algún punto, indiferencia disfrazada de cariño. De acuerdo con una amiga suya que sí es mi amiga, esta es la cuarta o quinta vez que él la rechaza y luego vuelve a buscarla. También es la quinta vez que ella les dice que ya no siente nada, sin embargo vuelve a caer.

Este caso, El síndrome de Alí, como yo lo llamo, no es más que la unión terrible entre un Casanova y una mujer que se autodestruye. Ella es como una pelota y él es el futbolista: la pelota sirve, porque a fuerza de golpearla se anota gol. Sin embargo, es reemplazable: si sale del área de juego, pero no alcanzan a agarrarla, no pasa de que la sustituyen por otra en el juego y por otra, hasta que regresa otra vez a ser pateada con un objetivo que podría cumplirse con ella o con un bote de frutsi.

La diferencia entre la pelota y esta mujer de la que me entero cada dos o tres meses que me plaitca mi amiga es que la esencia de la pelota es que la golpeen. Me pregunto si ella creerá que, en su esencia, está escrito que el hombre ideal tiene que humillarla, dejarla y tomarla cada vez que se le antoja, sin que ella haga absolutamente nada.

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