lunes, 9 de abril de 2012

El taller ilusorio

En un periodo de transición laboral me ofrecieron coordinar un par de talleres de cuento, uno entre semana y otro en sábado. Me costó mucho trabajo admitir que resultaron en fracasos rotundos... no, no, corrijo, no fueron rotundos, me quedé con un muy buen escritor con quien tallereo textos. Pero, en general, fracasé. Dos mujeres que estaban conmigo decidieron cambiarse al taller de un tipo que apenas me suplió una vez. Los del otro taller dejaron de ir. Sin mayores explicaciones.

Se dice que para dedicarse a la literatura se necesita mucha tolerancia a la frustración. De verdad que me he entrenado para tenerla. Sin embargo, necesito este desahogo para poder despertar mañana con la conciencia de que hoy a los otros no les interesó lo mejor que tenía para ofrecerles, o que un cuento no fue lo suficientemente bueno para cautivar a los lectores. Ante las dudas que me carcomen y se intensifican sobre si esta es de verdad mi vocación, si soy lo suficientemente talentosa y disciplinada, no me queda más que la catarsis. Unos días de desolación y, luego, a empezar de nuevo.


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