jueves, 12 de septiembre de 2013

La Selección Mexicana como un producto comercial

La selección mexicana de futbol está en crisis. No digo nada nuevo, ni mi intención es dar una opinión de experta, pues no lo soy; sin embargo, sí consumo un servicio deportivo que, en realidad, se convierte en un servicio de entretenimiento, y como tal puedo opinar sobre la ejecución de un bien en que invierto tiempo y dinero.

Desde mi punto de vista de consumidora de la selección mexicana, que prende la televisión para ver los partidos, que ocasionalmente ha sido invitada a alguno y que ha pagado su boleto para verla en el Estadio Azteca, lo que sucede con la selección se compara con lo siguiente:

Yo quiero ir a un hotel spa para relajarme. Veo unas fotos en internet, después voy, y todo es maravilloso: la atención personalizada, la alberca está limpia, el personal es amabilísimo, los alimentos gourmet se deshacen en mi paladar y el spa me revitaliza. En mi recuerdo se impregna la idea de que ese spa es maravilloso, el mejor al que he ido, y en futuras ocasiones no puedo esperar más que el servicio mejore o, en todo caso, se quede igual.

Poco a poco, veo que el hotel spa se vuelve más y más famoso. Ha hecho alianzas comerciales con muchísimas marcas que me gustan, con marcas de camas de masaje, aceites y sales terapéuticas, maquillaje y cremas hechas a base de plantas, entre otras cosas. La siguiente vez que voy, el lugar es más caro, pero ¡ah, cómo vale la pena!. Me refresca. Rejuvenezco estando ahí, me da esperanza. Las alianzas comerciales se ven ya por todo el hotel, pero no me molestan, por el contrario, el lugar luce más. Conforme avanza el tiempo va siendo más difícil reservar. Todo el mundo quiere ir. La gente confía en el lugar, en que aquello que va a ganar es un intercambio justo por las sumas que desembolsa acudiendo ahí. Incluso, el hotel es rankeado por varias revistas de viajes como el quinto mejor del mundo.

Antes bien, un día se viene abajo. Seguramente, le empieza a ir mal desde antes de que yo me dé cuenta y por razones ajenas a mí, pero yo, que no soy experta, solamente veo los resultados. Para mí, aquel hotel del que antaño gozara tanto, primero como un íntimo lugar de descanso y luego en su faceta como un lugar exclusivo, se viene abajo. La siguiente vez que acudo, está vacío. En los rankings se comenta que hay hoteles en Panamá u Honduras que ya están a su altura e, incluso, lo superan. Las paredes se ven viejas, desgastadas, a pesar de que apenas hace un par de años lo remodelaron. Muchas de las empresas con quienes se aliaron comercialmente han retirado sus apoyos, lo que ha ocasionado que el pueblo en el que está ubicado haya dejado de ser próspero. Las familias se separan porque hay que buscar trabajo en otro lado, pues el hotel ya no puede ser el sostén del pueblo.

En cuanto a mí, yo le soy fiel al hotel, pero mis conocidos han dejado de frecuentarlo. ¿Por qué hacerlo si ahora los meseros son mal encarados y altaneros, si la piscina está sucia y las habitaciones desgastadas? A veces, la masajista no asiste y el tratamiento que había uno apartado se queda en donde la mente almacena los deseos frustrados.

Finalmente, el hotel spa tiene solo dos opciones: reestructurarse o quebrar. Está pasando por una crisis y el tiempo en que solamente podía vivir de la fama quedó atrás. Ahora necesita ofrecer algo más a los miles de clientes que cautivó y que, a pesar de ser fieles, están decepcionados.

No miento cuando digo que no conozco una afición tan fiel como la mexicana. Mi abuelo sigue apasionándose a la selección mexicana; enciende el televisor puntualmente a pesar de que se sienta profundamente enojado y tocado porque la delegación de este país pierde. Se regocija si gana, se entumece si no; no obstante, ahí se queda, al pie del cañón, en espera de que mañana sea otro día. Él, como otros miles, se merece una selección rankeada como la quinta mejor selección del mundo. Los jugadores, el cuerpo directivo y los administradores del equipo se alquilan muy caro para que sus acciones, materializadas en goles, se encuentren siempre a la altura de los fieles consumidores del producto llamado selección mexicana. Se merecen, por tanto, un servicio al cliente excelente y proporcional a sus acciones -como empeñar la casa para irse al mundial, por ejemplo-. Desafortunadamente la selección, en ese rubro, porque sinceramente no sé nada de otros, deja mucho que desear.

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