viernes, 4 de abril de 2014

Brisa

Hoy en la clase tuve una mala experiencia. De pronto, un par de adultos de séptimo semestre del sistema abierto -en los treinta o a punto de alcanzarlos- se rieron de mí. Sí, me sentí insegura, como cuando cursaba la preparatoria, aquellos días en que apenas abría la boca y era objeto de burlas. Pero ya no soy esa. También soy una adulta que rasguña los treinta. Los miré fijamente. Aunque estudiemos letras, en algunos casos, para los necios, las palabras no resultan suficientes, pero la mirada sostenida es remedio suficiente para su cobardía.

Salí de la clase molesta e incomoda. Volví a pensar en las discusiones que he sostenido con con la gente que sí tiene la mente abierta y que, como yo, ha sido discriminada constantemente so cualquier pretexto por quienes emplean la bandera de la equidad, muchos de los cuales obtuvieron o buscan un título de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Me dio pena por este país. Seguramente algunos de estos jóvenes adultos se convertirán en académicos o realizarán actividades relacionadas con las humanidades, sin recordar que la palabra viene de humánitas y que humánitas es humanidad, civilización, gentileza...

Me fui decepcionada. No por la lección académica, que había resultado valiosísima para mi camino hacia el saber, sino por la noción aterradora de que algunos humanistas pueden ser todo menos humanos. Entonces vi a una chiquita de cuatro años jugando con su Barbie. Yo estaba afuera de un salón esperando a una amiga mientras que ella, junto con su papá, esperaba a su mamá. La niña contaba la historia de Caperucita y, no solo eso, también la actuaba. Me la actuaba. Reímos diez o quince minutos gracias al histrionismo con que me narraba la historia del Lobo y su inventiva para crear personajes, mismos que iba guardando dentro de su bolsa de plástico, junto a la Barbie. "Esta niña es una artista", pensé.

Cuando salió, me di cuenta de que ya conocía a la madre: una señora de pelo crespo y siempre en falda, que va desde no sé dónde a estudiar, quien con una hija en plena edad de juego, trae siempre la tarea resuelta; una señora cuyas preguntas son inteligentes y novedosas. Entonces el malhumor dio paso a la alegría: si Brisa y su mamá están también en el futuro, mi mente se refresca con la brisa de esperanza.

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