Parece mentira que éste es el mes de aniversario de mi blog y coincide con ser un mes en el que, generalmente, escribo poco. No hay motivos en especial, sólo que no escribo mucho aquí.
Ésta ha sido una semana muy pesada. Llueve en todos los ámbitos de la vida y de pronto parece que esa lluvia hace que el camino andado parezca inexistente ante los demás.
Así me pasó esta semana. En muchos ámbitos siento que estoy intentando caminar sobre el agua, porque el piso que conocía y, más allá que conocía, que forjé, está por extinguirse.
Fue una de esas semanas en que las derrotas pesaron más que las insípidas victorias. Fue un recordatorio, fue una maña del tiempo cuando ya ha aflojado mucho y necesita escarmentar de alguna manera.
Y lo peor: ni siquiera lo anticipaba. Al fin había llevado el cuento que no daba pie a interpretaciones, y éstas existieron. Como siempre, corregí las notas que me tocaban y redacté las que me correspondía redactar, y cometí un error que causó controversia y enfrentamiento. La ilusión que empezó el viernes pasado se rompió ayer. Vaya que rompí mi propio récord de brevedad. Aquellos problemas que parecían enterrados salieron y cobraron fuerza.
Para situarnos en el ambiente adecuado para esta clase de sentimientos. El miércoles en la mañana la ciudad olía a desesperanza. Sabía amarga. Parecía que la gente estaba en silencio, reflexionando sobre la muerte e incrédula ya de los accidentes.
¿A qué grado hemos llegado? ¿En qué país vivimos que de inmediato especulamos y ponemos en duda las casualidades? ¿Que ni siquiera nos cabe la posibilidad de que existen todavía accidentes?
Crisis exterior y crisis personal.
0 comentarios:
Publicar un comentario