El único recuerdo que tengo de mi papá no es nitido: entre sombras está él, riendo y cargándome sobre los hombros. Mis pequeñas piernas recaen apenas sobre su pecho y mi cabello azabache y lacio se agita por el movimiento de mi cabeza aunado al viento salvaje de aquel día -tal vez por eso me gusta tanto caminar contra el viento y sentir mis mejillas frías-.
Mi papá me toma de los muslos para no caerme. Casi puedo ver mis dientes de leche y mi fleco perfectamente peinado volando hacia la temprana libertad . Casi siento que vuelo y soy tan feliz. Hasta recuerdo cómo estoy vestida: un par de zapatos de charol negro, con hebilla, tipicos de niña chiquita. Unas mallas blancas y abrigadoras. Un vestidito verde confeccionado por una de mis tías, la que me leía cuentos y a quien le debo la pasión por la literatura.
Entonces mi hermano tira del pantalón a mi papá. Sus hermosos ojos grandes y redondos se iluminan cuando me baja y lo carga a él en hombros. Ahora es su turno.
Lo carga unos momentos y después exclama:
- ¡Qué bárbaro! Pareces una piedra.
Y lo baja. Entonces vuelve a tomarme en brazos para llegar a su cabeza.
0 comentarios:
Publicar un comentario