viernes, 12 de octubre de 2007

La oruga

La oruga caminaba por la calle. Chiquita, sin rumbo, así andaba por la vida. Atravesaba temerosa de sus propios pasos. Miraba cansada hacia la nada. Se libró de la inclemente lluvia y de las feroces aves. Pero sentía que la jungla le carcomía las entrañas y el tiempo.

No le gustaba caminar con sus patitas cortas y veloces. Miraba al cielo con la esperanza de tocarlo, aunque fuera sólo una vez. Pero no tenía alas más que en la mente, volaba misteriosa hacia el sol resplandeciente que ya de pronto no la dejaba ver.

A veces la lluvia la mojaba y la regresaba a su frágil realidad. Después el viento la arrastraba hacia las pisadas de la gente, hacia los hipócritas que de pronto la tomaban y la tenían presa momentáneamente hasta que ella se escurría entre sus manos y lograba superarlos.

De pronto, como caída del cielo, llegó una gaviota que se la llevó. Al principio nuestra amiga la oruga tenía miedo, pensó que la gaviota quería comérsela, pero pronto la llevó a España. Ahí conoció otras orugas, y vio una hermosa mariposa. Soñó con ser una de ellas. Lo soñó tanto que sintió que se perdía en el sueño.

Seis meses después la gaviota regresó por ella. La buscó, por debajo de las piedras, entre los follajes de los árboles, pero no la encontraba.

Al fin se rindió y regresó a México, y sobre el Atlántico se encontró una mariposa de colores lilas, naranjas y amarillos majestuosos. La mariposa la deslumbraba. De pronto, la gaviota alcanzó a la mariposa y vio en ella el rostro de la oruguita que había dejado antaño.

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Se lo escribí a alguien a quien quería mucho pero que ya no es parte de mi vida. Afortunadamente, si lo escribo aquí aquí se queda y yo lo dejo ir.

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