domingo, 9 de marzo de 2008

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El silencio. Harmónico y maravilloso silencio. No importa que la ventana dé a la avenida y se escuche la fricción de las llantas con el pavimento mojado. No importa que en mi casa se escuchen los aviones aterrizar. O la televisión de mi abuelo combinada con las palabras de mi hermano.

Yo escucho nada. Porque hay silencio en mi alma. Soledad. Soledad acompañada del bendito silencio. Absoluto. No pienso. Sólo permanezco callada. Incluso para mí. Tranquila. Resignada.

Probablemente después de este silencio puro regrese el estrés de la revista interna, el disgusto. Tendré que ir a limpiar mi cama. Escucharé el motor del bochito que seguramente es un taxi carcacha. Mis uñas rascando el brazo derecho.

Pero ahorita solamente estamos mi silencio y yo. O yo sola. Soledad. La pobre a la que todos le huyen, yo misma también, a veces. Pero últimamente somos amigas la Chole y yo. Me acompaña al trabajo, a la escuela, con los amigos. Me pide a gritos que no nos moleste nadie. Pero yo no la escuchaba. Hoy la escuché. Y la idea que me propuso no me desagradó.

Unos días con ella. Nada más con ella. Sí, hay que convivir con los demás. Coexistir no es lo mismo que socializar.

Mañana el plan es ir al cine juntas. Aunque el martes haya clase, seguramente estará conmigo porque me cela, y por el momento yo tampoco quiero estar con alguien que no sea ella.

A ver cómo nos va. A ver si no nos hartamos la una de la otra. Ella de mi absurda -y últimamente más absurda- hipersensibilidad. A ver si no me harto yo de ver a los demás vivir su vida mientras ella se aferra a mí.

A ver qué tal. Todo sea para que el silencio no me deje. Porque me gusta estar en paz.

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