miércoles, 16 de abril de 2008

El tema...

No me acuerdo si ya lo escribí pero la verdad es que últimamente me he dado cuenta del alcance de nuestras palabras. Somos herreros y nos dan muerte con ellas. Espadas de dos filos. Criticamos, damos consejos, nos llenamos la boca de reproches, pero al final no queremos que nos critiquen o que nos reprochen.

Todo comenzó con una conversación que tuve con una amiga. Estábamos aclarando nuestros asuntos y me contó que dos amigas -a quienes consider(aba, o) amigas- habían dicho cosas que desencadenaron nuestros problemas -los de la amiga1 y su servidora-. Después hubo un problema en el salón por una pregunta que se tergiversó hasta convertirse en una intriga. Luego me dan consejos, los sigo y tras -claro que está en mí seguirlos, no culpo a nadie-.

Me parece que esto es muy ilustrativo: no sabemos hablar. No conocemos la prudencia, que significa quedarnos callados cuando no son nuestros asuntos, o cuando conocemos cosas que no deberíamos saber.

Decimos de más. Sin darnos cuenta cuál será el alcance real de nuestras palabras, porque generalmente las expresamos a gente para quienes somos importantes y en cuyas vidas hemos influido.

Cuando aconsejamos lo hacemos desde nuestra perspectiva. Desde nuestras vivencias, y aunque intentemos ponernos en los zapatos del otro, la realidad es que somos subjetivos y siempre -aunque sea mínimamente-, aunque conozcamos a detalle la situación de quien nos pide consejo, nuestra opinión estará sesgada.

Confundimos consejo con opinión, y en los asuntos ajenos la opinión sobra -no digo que no deba existir, sólo que sobra-. No sobran orejas, no sobra para quien tiene necesidad de ser escuchado, hombros para desahogarse. Eso nunca sobra porque, al final de cuentas, es cierto que mientras más se cuenta, las cosas van desechándose y perdiendo valor -por eso los secretos son tan importantes-.

¿Disculpé a mis amigas? Están tan disculpadas que ni siquiera se dieron cuenta de que me enteré de lo que hicieron. No me interesa. De vez en cuando la vida nos da la oportunidad de poner las cosas en su justa dimensión, y me di cuenta que las razones de mi enojo eran válidas, pero que realmente no me importaba tanto.

2 comentarios:

EM dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
EM dijo...

lo que para ti es una charla inofensiva no lo es para los que te rodean, ojo ahí... Sólo te puedo decir lo que yo he podido aprender: no permitas que te hagan complice de "una charla inofensiva" donde en el fondo sólo hay juicios y criticas sin razón, y por diversión. La lengua es el órgano más pequeño del cuerpo humano y el más dificil de controlar... Cuando tu decidas no prestarte a "opiniones" al respecto de alguien más, TODO tu entorno cambiará: se iran tus "amigos" que lejos de serlo sólo son tóxicos y vampiros, y entonces te quedarás sólo con la gente que de verdd te quiere...
Ánimo