lunes, 13 de abril de 2009

Ninfa

Fue gracias a la clase de inglés nos conocimos Estábamos en cuarto de preparatoria. Entrábamos a un mundo nuevo cuando la conocí. Nos tocó en el mismo salón, el 308 y 50 y tantos alumnos que se sentían grandes. Su apellido empieza con B y el mío con R. Simplemente no era lógico que nos conociéramos. Sin embargo lo hicimos. Nos colocaron en avanzados cuando realizamos el examen de inglés, y el maestro (un gordo lividinoso de quien algún día hablaré, cuando haga el mes de la gente desagradable) nos acomodó en orden distinto a la lista de asistencia y entonces nos tocó juntas, me tocó el asiento junto a la niña llorona tan llorona como yo, a quien le enseñé un texto mío y se puso a llorar, y que en esa época estaba escribiendo una novela con dos amigas más.

Gracias a su llanto nos hicimos amigas, muy buenas amigas, de ésas que una sabe que serán para siempre, porque para siempre ya empezó y ella sigue aquí. Siempre fue una amistad rara: no necesitábamos procurarnos mucho para saber que somos amigas. Cuando hablamos decimos groserías, así es como nos gusta hablar, como si fuéramos carretoneros, con ella se me suelta la lengua más que con los demás. Amo que, cuando tiene que decirme alguna novedad, empiece siempre así: "Weeey, ¿qué crees?"

Luego me dice Charbelón. Me da risa que me llame así। y yo le digo de una manera ofensiva (remítanse a las historias del metro) y le da risa. La quiero muchísimo। Siempre tiene buena cara y aunque es súper intensa siempre aconseja a los demás que se relajen. Cada vez que la veo, me duele el estómagode tanta risa. Cuando estoy con ella, nos burlamos de que las dos somos tan distraídas y simplonas, y eso hace que nos disfrutemos mucho más. Cuando estoy con ella el verbo disfrutar adquiere un significado distinto. Cuando estoy con ella me sabe a fruta fresca. Así como los "fr" se sienten bien en la boca cuando unos los pronuncia, su amistad me sabe fresca, me sabe a fruta.

Siempre debrayamos y es como si la ninfa y yo regresáramos a la niñez. Y la niñez se siente tan bien. No importa lo que digamos, el punto es sentir, sentir como si se nos fuera la vida en ello. Como si no hubiera más. Toda esa intensidad me gusta, me hace sentir viva. La ninfa me contagia de energía y de sus ganas de vivir. Por cierto, no entiendo tanta intensidad de que no intenseemos si eso es lo que te hace ser tú.

También hay días en los que no somos tan simples. Hay días complicados en los que hay que hablar de cosas de adultos. Y ahí estamos, quitándonos el traje de niñas y tomando café en el jarocho para discutir temas serios que indican que ya crecimos. Y ella me escucha y yo la escucho, y nos debemos la honestidad de dos niñas que juegan juntas y que son amigas. Entonces el "Weeey, ¿qué crees?" se convierte en "Weeey, no la cagues" y siento toda su sinceridad y todo el yugo de la verdad en ese"No la cagues". Y, si ella me lo dice, seguro es cierto porque confío ciegamente en lo que sostiene. Seguro la estoy cagando. Pero, cuando uno la caga, se siente bien que lo digan así, con tanta franqueza, como sé que, francamente, ella está ahí, incondicionalmente, esperando que las cosas pasen para volver a jugar en el bosque, como ninfas... bueno, ella es la ninfa, el maravilloso ser mitológico a quien me encontré un día, un día que andaba por el bosque.

Benditas coincidencias

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