sábado, 11 de abril de 2009

La señora María Luisa

Nunca ha pronunciado bien mi nombre. No es que no se lo sepa, lo conoce perfectamente bien, es que no se le pega la gana. "Chabe". Soy Chabe. Siempre he sido Chabe y siempre seré Chabe para ella. Cuando cumplí 15 años, la señora María Luisa me regaló una esclava de oro. Aquel gesto me conmovió hasta las lágrimas.

La señora María Luisa es prácticamente mi nana. Durante todos estos años (ni siquiera sé a ciencia cierta cuántos, tal vez entre 14 y 16), la señora nos ha visto crecer. Ha estado con mi familia en los peores momentos, en los mejores, siempre de manera incondicional.

Es como Dorian Gray, parece que no envejece. Siempre se ha visto igual, siempre ha hablado igual, siempre ha sido igual. No le para la boca. Empieza a hablar y no deja de hablar nunca. Me parece muy difícil decirle que no. No sé cómo. Me ve con sus ojos azul marino y me convence sin necesidad real de hacerlo. Se queja porque no le gusta cocinar, pero cocina. Se pelea con mi abuelo, pero si un día se pasa de la hora en la que normalmente llega, empieza a preguntarnos por él.

Nos queremos. El trabajo se convierte en un pretexto. Ella trabaja pero podría no hacerlo y no importaría. El cariño rebasa lo demás. Para mí, ella es más familia que algunos de los miembros de sangre. Ella se preocupa por nosotros como si fuéramos sus nietos, y seguramente nosotros nos preocupamos más que sus propios nietos.

María Luisa es como mi abuelita.

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