viernes, 10 de abril de 2009

D

Me he enamorado dos veces en la vida. Quisiera decir que alguna de las dos resultó bien, pero la realidad es que no. La primera, no obstante, corresponde a un amor platónico que de pronto aterrizó en el terreno de lo tangible.

Así es. Tenía 13 años y me enamoré de un "hombre" de 19 años, a quien contrataron en la escuela como profesor de inglés en la secundaria. El curso escolar comenzaba en agosto y él cumple años en septiembre, por lo que prácticamente eran siete años de diferencia de edad.

Durante una época me sentí correspondida. Incluso, durante algún tiempo, incluso sus palabras y sus acciones demostraban que de verdad me correspondía. Para mí, aquel tipo era un sueño hecho realidad: inteligente, guapo, divertido, culto, alto, profundo, y buscaba insistentemente mi compañía. Fue la primera vez que experimenté protección. Con él me sentía protegida. Me sentía segura. De pronto, me olvidé de todos los "niños" en los que me había fijado -como dos- para dedicarme completamente a esa nueva sensación. No me atrevía a llamarle amor, pero definitivamente estaba experimentándolo. Y aquello que había comenzado como un enamoramiento platónico estaba volviéndose realidad.

Me parecía el hombre perfecto. Me veía casada con él. Además era atento, y después un poco más atrevido. Me decía cosas maravillosas. Hablaba de mi belleza como si la hubiera estudiado lo suficiente para hacerse un experto. Teníamos planes. El maestro tenía planes con la alumna siete años menor que él. Yo lo había logrado, yo, así, sólo por ser como era, por verme como veía... como me veía él.

Y aquel amor también se volvió aprendizaje. Todo tipo de aprendizaje. Aprendí a querer. Aprendí a quererme. Aprendí cuán peligroso puede ser el tacto y la magnitud de un roce de labios. Aprendí muchas cosas que, sólo lo sabría después, me marcaron.

Y también aprendí que, a veces, el amor duele. Aprendí que cuando uno ama, se convierte en una persona vulnerable, y que cuando nos aman, nos convertimos en guardianes de la vulnerabilidad del otro, ¡y qué fácil podemos lastimar a los demás!

Por primera vez, a mis 15 años ya en esas épocas, supe que el amor me podía convertir en una persona celosa, celosa y cruel. Que no estaba exenta de herir, de herirme con tanta intensidad, con tanta niñería.

Y, como la esencia de aquella relación había establecido, se acabó. No voy a entrar en detalles, pero me desengañé de dos años de amor. El primer amor, al fin, dio paso al primer desamor.

Tengo un amigo que dice que se le llora más a los vivos que a los muertos, y con el recuerdo de mis lágrimas viene esta frase a mi cabeza. Aunque ya era muy llorona, no recuerdo haber llorado tanto por alguien, hasta que lloré por él, por la pérdida, por el dolor. Para cuando concluyó, yo ya estaba en la preparatoria. Los años de secundaria habían quedado atrás, y tal parecía que el final de mis relaciones con el profesor marcaba también el final de una época de oro que me había preparado para el mundo grande, para las ligas mayores. Para el CUM.

Me enamoré por segunda vez poco tiempo después de que me desenamoré por primera. Pero fue tal el impacto que enterré en mi memoria aquellas vivencias amorosoas de la secundaria.

En el primero ni quise más ni quise mejor. Sólo quise. Por momentos sentí correspondencia. Y ahora creo que el sentimiento se merece que lo desempolve de la memoria, para hacerlo una entrada en el blog

1 comentarios:

sanelia collins dijo...

Interesante.. A mi si me pasa dos veces seguro, de esa no me levanto.