sábado, 18 de abril de 2009

Dante de Beatriz

Antes de avanzar con el recuento cronológico, quiero hacer mención de una persona más que forma parte de mi infancia y de la temprana adolescencia.

Nos conocimos cuando teníamos seis años. Nos tocó en el primero azul, con Miss Carmen y Miss María Luisa de maestras. Estoy segura de que no éramos amigos, pero en una presentación a padres de familia nuestras mamás usaban los mismos zapatos. Por eso lo recuerdo tan bien.

Cuando estábamos en sexto volvió a tocarnos en el mismo salón. Hicieron un expermento y nos mezclaron a mitad de año. Seguíamos sin hablarnos, sin embargo, a pesar de la presunción de aquellos que ya esa época se sienten personas cultas, los dos habíamos crecido juntos, en el entorno y con los mismos profesores y compañeros.

Después entramos a primero de secundaria. Ahí fusionaron a los dos salones de sexto de primaria, pero él no se quedó.

En tercero regresó. Entonces la indiferencia de primaria se convirtió en deseos de estar con el otro, en deseos de hablar de una y de escuchar de aquél.

En algún unto me sentí en un dilema entre él y mi profesor, porque los dos me gustaban.

Este "Dante" -a quien he llamado así por un asunto muy romántico- me hacía una invitación a conocerlo. Estaba implícita en sus acciones, y a mí me encantaba la idea de introducirme en su mente.

Aún ahora puedo afirmar que es la persona de miead más culta y más inteligente que he conocido. No tenía igual. Me halaga, por tanto, que le gustara escucharme. Yo era quien hablaba. Él disfrutaba la reflexión, el silencio y, según sus propias palabras, estar conmigo y escuchar lo que tenía que decir. Cada vez que le reclamaba su mutismo me contestaba: "Me gusta escuchar tu voz", y me deshacía su tono tierno.

La atracción era obvia. Pero también éramos muy amigos. Es una paradoja que se disfruta mucho más en esas épocas en las que esta clase de sentimientos son nuevos. Lo que había entre nosotros era completamente platónico.

De él no me quedó casi nada. Sólo un testimonio escrito de su cariño hacia mí (la única vez en que me manifestó sus sentimientos, y me regaló el mejor piropo que me han hecho) y muy buenos recuerdos.

Hace relativamente poco me enteré que se casó. Se dedica al ballet.

Es un recuerdo, un gran, gran recuerdo.

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