domingo, 19 de abril de 2009

Mary Love

Ya alguna vez había escrito una entrada sobre ella. Nos conocimos en quinto de preparatoria. Hubo varias coincidencias que dieron como resultado el momento de unión: las dos estábamos en el mismo salón, vivíamos muy cerca (seguimos viviendo súper cerca), y las cabezas de nuestras familias son mujeres.

Además, se interesaba muchísimo en lo que me sucedía, y yo le contaba con lujo de detalles mi vida amorosa. Parece burdo, pero cuánto determina el proceso de una amistad el hecho de que uno le cuente a otro sobre sus relaciones amorosas.

Nos sentaron una frente a la otra y, de tanto que platicábamos, la maestra de química (que además odiaba a María) terminó por sentarla pegada al pizarrón, sobre la tarima.

Nos hicimos íntimas. Me daba consejos y yo le daba consejos. Conocí a su familia y conoció a la mía. Nos cubríamos las espaldas. Luego las dos entramos a la universidad. A la misma. Incluso ella estuvo a punto de entrar a la misma carrera que yo. Seguimos siendo amigas. Le estaré eternamente agradecida porque me demostró que estaba conmigo cuando las malas lenguas me hicieron pedazos. Estuvo ahí en uno de los peores momentos de mi vida, pese a que la gente quería convencerla de lo contrario.

Tuvimos épocas difíciles, pero están superadas. Es muy interesante que la rutina cambie. Ya no hay regreso juntas en coche de la universidad a la colonia. Ya no estamos en la universidad y, efectivamente, las amistades que no se procuran se acaban. Últimamente comemos juntas. Nos vemos una vez cada dos semanas y nos actualizamos en una hora y media de comida. Polanco se ha convertdo en la sede de nuestra amistad.

Pero así es. Cada vez somos menos adolescentes y más adultas. Aunque nuestras responsabilidades siguen siendo con nosotras mismas, hemos visto cómo evolucionan. Sabemos adónde se dirige la otra. Nos conocemos. Seguimos creciendo juntas.

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