miércoles, 2 de septiembre de 2009

La hormiga

El lunes pasado fue toda una odisea llegar a mi trabajo. Normalmente, el trayecto que normalmente sería de 20 minutos se convirtió en una pesadilla de dos horas y fracción.
¿Cómo sucedió? He aquí la historia sacada de mis propias entrañas prometeas, que sentían cómo eran devoradas por el buitre llamado tempestad de gente.

ME sentí como María de Metropoli, viendo cómo la gente salía a borbotones del mundo debajo del mundo: el metro.

Todo comenzó así: como todos los lunes, me costó muchísimo trabajo levantarme. Sin embargo lo hice y en punto de las 8:30 salí de mi casa –quizá uno o dos minutos de margen de error-. Pensé, con alegría, que ya la habría librado. “A esta hora, cuando mucho tardaré 25 minutos en llegar”. Oh craso error… oh, las Erinias parecían haber escuchado mi declaración de excesiva confianza y querían vengarse de mí.

No lo supe de inmediato. Me adentré al mundo debajo del mundo, y cuando vi las tres filas de hormigas que esperaban un espacio en el tren de hormigas, decidí que quizá esa línea no era la mejor opción. Así que me salí. Sí, sin más ni más, me salí.
Había que abordar el siguiente transporte público que en diez minutos me llevaría a la libertad. Pero, oh sorpresa, el tráfico de la avenida era inusual. “Sí, quizá sea el destino que quiere hacer que me trague mis palabras”. Todavía no se presentaba la idea de las Erinias.

Así que, media hora después -¿Ya mencioné que ese trayecto en camión mide diez minutos o menos?- llegué a la nueva línea hormiga del mundo debajo del mundo.

“¿Serán las Erinias?”, me pregunté cuando bajé las escaleras y el andén tenía cuatro filas de hormigas en vez de tres. ¿Qué querían demostrarme? ¿que yo también soy miembro hormiga de este mundo? ¿O específicamente de esta ciudad que cada vez me gusta menos? ¿Es acaso venganza porque reniego de la tierra que me vio nacer y que me albergó por tantos años, justo como Orestes renegó de su madre y fue castigado por el matricidio?

Parecía que la tierra, que el mundo debajo del mundo no quería albergarme. Así que salí de nuevo y tomé otro camión que se fuera todo derecho. Sí, todo derecho llegó pero sólo hasta Tlalpan, donde las Erinias ya se reían de mi destino. Ya jugaban con él, ya me hacían mierda de asfalto.

Por supuesto que no pude entrar en la estación de Chabacano. Ahí ni siquiera había posibilidad de acceder al andén. Hormigas, hormigas… hormigas trabajadoras. Y yo, yo que no quería que la marea de insectos me arrastrara, poco antes de darme cuenta de que yo soy uno de ellos.

Las Erinias querían seguirse burlando. Me sacaron de nuevo a la calle. A esperar un taxi que no llegaba, o un camión que no existía. Y mientras veía cómo la gente salía a borbotones. De todos lados, éramos una marabunta.

Al fin me dieron una tregua. Cuando entendí que sí, que ya me convertí en una hormiga de esta ciudad, y del mundo debajo del mundo, un señor me dijo que me daba un aventón. Y llegué a la oficina. Con la lección aprendida y la convicción de que me largo de este país, más arraigada que nunca.

1 comentarios:

sanelia collins dijo...

Jajaja jajajaja tu te quieres largar y yo quedarme a vivir..
Es la tierra más hermosa que conozco.. y mira que conozco muchas. pero que pena lo que te pasó ese día.