martes, 27 de octubre de 2009

Cuando llega la musa

Justo este año mi proceso creativo ha sufrido algunas transformaciones porque he tenido que obligarme a escribir. Salvo un par de ocasiones, el estado alterado de conciencia ha llegado porque yo me forcé a que saliera. La musa ha estado dormida, a menos que le grite para despertar...

Han salido buenas cosas de este ejercicio de buscar a la musa, pero mi producción literaria ha sido menor a la de cualquier año de mi vida desde que me decidí por el camino de la escritura, y de eso han pasado ya más de dos lustros.

Sin embargo ayer la musa llegó sin que yo la buscara. Me encontró. Yo estaba a punto de dormir, y su voz pianita y dulce vino a mis oídos como un canto irreconocible. Como antaño, entré en trance. Busqué un cuaderno y me fui al baño a escribir (sí, yo confieso que mi lugar preferido para escribir es el baño, así como Hemingway tenía la costumbre de escribir desnudo y de pie).

Ya era de madrugada. Para mis costumbres estrictas de sueño, resultaba imposible que yo permitiera la alteración de mi disciplina. Pero con ella aquí, todo es posible.

Escribí tanto y tan intensamente que cuando salí del trance me di cuenta de que lloraba. Antes no le di importancia a mi mirada empañada por las lágrimas. Al fin y al cabo son las consecuencias de mi proceso creativo.

Una vez que la musa terminó conmigo, me besó los labios y los ojos y me llevó de la mano a la cama.
Yo me sentía agotada y caí dormida de inmediato.

No soñé. Mi sueño de meses ya había llegado y me acompañó para que escribiera algunas palabras que tenía que sacar.

Esas palabras que hoy leeré, y que me sorprenderé de haberlas escrito yo.

Así pasa siempre que llega la musa.

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