sábado, 31 de octubre de 2009

M.

Tengo un amigo a quien se le acaba de romper el corazón. O quizá el corazón fue quebrándose gradualmente hasta que se tensó la última vena de que pendía, y de un pequeño golpe se hizo trizas.

Ayer leí una entrada en su blog al respecto. Y me gustó. Me gustó de pronto leerle tanta madurez, a pesar de todo el dolor. Tanta vulnerabilidad aunque, esta vez, parezca que el resultado fue la falla.

Me encanta. Hace un tiempo (no tanto en realidad) M. estaba anestesiado. No sentía. De pronto vivió automatizado, ahora vive humano, vive sentimientos, vive desamor.

¡Qué chingón! Nada como cuando sabes que vas a superarlo. Porque sí se supera, siempre se supera. Y sí, habrá esperanza de un mundo mejor con una relación adecuada para uno.

Yo no sé si existe la media naranja, pero definitivamente vale la pena buscarla. Tan sólo la idea del encuentro es lo suficientemente fuerte e ilusoria como para hacer el intento.

Y él lo sabe. Está sufriendo la metamorfosis que amar implica. El antes, muy fijo en mi memoria, empieza a sustituirse por el atractivo después. Mi amigo M. ha madurado. Ése es su después. Entender que puede doler a niveles insospechados pero que, en realidad y por fortuna, los seres humanos perdemos la memoria del dolor. Por eso seguimos viviendo. Porque nuestro cuerpo y nuestra alma saben que dolió pero no recuerdan cómo. Y en cambio, después del sufrimiento, nos queda el resplandor de la felicidad. Sí, fuimos felices, en el amor, en la entrega absoluta, y recordamos al otro sin rencor y con un dejo de nostalgia. Lo recordamos bien. Bellamente. Verdaderamente.

Vale la pena. La intención es que, la próxima vez, seamos más felices. Es lo bueno de que la plenitud sólo sea alcanzable hasta que uno decide que ya se instaló en ella. Y va a ser mejor. Para estas personas que maduran sus errores y entienden los ajenos, esta nueva posibilidad de amar mejor es un hecho y una recompensa.

Como bien escribió Lourditas en un comentario, hay que empezar a andar en bicicleta y caerse, antes de poder hacer ciclismo de montaña.

Así que, M., bienvenido al club del péndulo. Te aseguro que habrá un día en que ya no osciles entre un extremo y otro y alcances el punto medio.

Felicidades por el dolor.

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