miércoles, 11 de noviembre de 2009

Cuentos del sótano

Hace alrededor de diez meses comencé a asistir a un taller de cuento gratuito que impartían en la librería del Sótano de Coyoacán. El plan era que la coordinadora de ese taller necesitaba una persona que coordinara otros talleres matutinos y pagados. Yo estaba por quedarme sin trabajo y la idea de impartir un taller me enloquecía. Al fin, me decía, voy a dedicarme a lo que verdaderamente me gusta, sin importar que la paga fuera una bicoca.

Total que la primera vez que fui, la coordinadora me citó a la semana siguiente. Quería ver cómo hablaba en público y qué comentarios hacía a los textos de los demás. Efectivamente, me quedé. No sólo me seleccionó para dar un par de talleres, sino que además me gustó tanto su taller que dedicaba mis martes a asistir, a leer y comentar los textos ajenos, y de vez en cuando compartir uno propio.

No sé si quepa aquí decir que llevo muchos años —desde que escribí el primer intento de cuento— asistiendo a talleres. Me gusta. Es casi el único momento en el que puedo relacionarme con gente con quien comparto el mismo interés: escribir.

Salvo Susana, una amiga que lo vive conmigo, dudo mucho que algún otro de mis seres cercanos comprenda el placer que me provoca asistir a esta clase de actividades. Independientemente de que puede convertirse en un martirio, de que, sin duda, destruyen los textos, de que hay veces que se torna agresivo, a mí me ENCANTA.

Aunque, ahora lo digo sin tristeza, mis talleres resultaron ser un fracaso —porque también es cierto que la gente es muy inconstante en un taller—, haber acudido al Sótano y haber impartido mis talleres y mi círculo de lectura fueron experiencias que rindieron frutos intelectuales y tangibles.

A finales de septiembre fue la presentación del libro Cuentos del sótano, una antología en la que participé.

Al fin, el primer triunfo. La primera oda a mi perseverancia. Un incentivo para seguir escribiendo. Quien diga que no quiere que lo lean, está mintiendo. Todos escribimos para que nos lean en primera y básica instancia. Y ahora, uno de mis personajes, de mis creaciones, está impreso en papel más grueso que el Bond y encuadernado junto con la obra de otros más. Ya lo había escrito aquí, pero me resulta inexplicable —sí, yo que escribo no le encuentro explicación—este reconocimiento de que las páginas de un libro son exclusivamente mías, están llenas de mis letras, empapadas de mi experiencia. Ahí está una parte de mí, y una parte importante. Quizá la más.

Sin temor a equivocarme afirmo que el día de la presentación no había otra persona tan contenta como yo. Tan realizada. Algunas personas me pidieron que les firmara mi cuento, y yo no cabía en la emoción. Me parecía una prueba que gritaba: "Vas bien, éste es el camino, persevera".

Estoy meditando la manera de hacerlo. Me tomó muchos años atreverme, —¡al fin!— he decidido que quiero dedicarme a la Literatura. Única y exclusivamente a la Literatura.

Así que, después de un buen mes y medio, he podido escribir sobre mi libro. Esta maravillosa experiencia de vida. Agradezco mucho a la vida y, una vez más, a las coincidencias hasta la primera, que fue que mi mamá entrara a trabajar a la agencia de publicidad donde conoció a una uruguaya que asistía al Sótano de Coyoacán a un taller de creación...

Y también agradezco a mi mamá, sin cuyo apoyo jamás habría descubierto el maravilloso y arduo mundo de la literatura.

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