miércoles, 2 de diciembre de 2009

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No sé ni cómo titular esta entrada ni tampoco sé a ciencia cierta qué incluir en ella y qué no. Sobre la muerte de mi tío hablaré más adelante, cuando el shock haya pasado y yo deje de llorarlo. Pero no puedo sacarme de la mente los acontecimientos del jueves al domingo de la semana pasada... en fin, él se merece una entrada libre de dolor e independiente de ésta que, te anticipo, también es catártica.

Quiero desahogar aquí los días 21, 22 de noviembre, así como la primera mitad de la semana pasada. Quisiera borrarlos de mi memoria como si nunca hubieran sucedido. PIenso en la ganancia y la comparo con las pérdidas, y la balanza se inclina a la pérdida. Perdí desde mi música querida hasta mis fotografías invaluables. Desde horas de sueño hasta conceptos de amistad. Perdí confianza. Perdí libertad en mi trabajo. Y gané muy poco o, es tan material, que yo diría que en realidad no gané nada.

Me siento, además, dolida y traicionada. Está cabrón cómo la vida se encarga de acomodar las cosas. A mí nunca me ha tocado que se acomoden a mi favor. Todo lo contrario. Pero bueno, para gozar los triunfos hay que pasar por fracasos.

Sin embargo, aunque al final los resultados fueron satisfactorios, debo decir que nunca me sentí tan fracasada como el martes y miércoles pasados. Nunca. Y espero no volverme a sentir así jamás.

Todas estas sensaciones terribles, tanto personales como profesionales, fueron opacadas el jueves por un sentimiento mucho más profundo que prevalece. Y es por respeto a ese sentimiento que se ha instalado en mi alma que hago catarsis aquí. Quiero sentir una cosa a la vez y darle prioridad a lo que la tiene.

Y la muerte le gana a todo lo demás, como siempre.

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