lunes, 12 de abril de 2010

Volver a la infancia IV

Afortunadamente mi mamá fue muy estricta en cuanto a lo que veíamos en televisión así que, cuando los adultos se reunían a disfrutar de una película clasificación C, mi hermano y yo nos quedábamos en otra habitación jugando. Por supuesto, más de una vez tuvimos mucha curiosidad por saber qué veían los adultos que no podíamos ver nosotros. Sin embargo, esa curiosidad se disipó cuando Bruno y yo inventamos un juego lleno de suspenso y aventura: "tocarle las pompitas a los adultos sin que ellos lo notaran".

Apenas escribí la frase en comillas y ya me estoy riendo. Sí, ése era nuestro juego secreto. No entendíamos las razones por las que los traseros eran "sagrados", pero seguramente alguna vez, por accidente, alguno de los dos tocó uno y fue reprendido al respecto, así que "las pompitas" estaban prohibidas.

¿Cuáles eran las reglas del juego? Reunirnos en la base para que el que tenía que tocar las pompitas dijera a quién las tocaría y el otro vigilara que lo cumpliera. Después, el encargado de la misión se iba adonde estaban las pompitas en cuestión, y se valía de artilugios. El punto era tocarlas, aunque fuera un roce, sin que los adultos lo notaran. De vez en cuando una de mis tías se daba cuenta y nos observaba, y si nos cachaba nos regañaba. Sin embargo, nunca nadie -ni siquiera mi hermano y yo- nos dimos cuenta de que aquel juego surgió por los tabúes de adultos que no entendíamos. De otra manera, ni siquiera hubiéramos pensado en "tocar las pompitas".

Por otro lado, creo que es de ese juego del que se remonta la complicidad con mi hermano. No siempre ha estado presente, pero en el fondo los dos sabemos que nos tenemos para "tocarle las pompitas" a la vida y protegernos si alguien nos cacha o nos lastima.

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