domingo, 17 de octubre de 2010

Crónicas del metro


De verdad que si les contara todas las peripecias que el metro me ha hecho ejecutar últimamente pasarían de la tristeza a la decepción. No sólo son un desafío a la Física, sino que son un desafío a los derechos humanos.

A lo largo de estas últimas semanas me he burlado de mi condición proletaria, he llorado, me he frustrado, he mentado madres contra el gobierno, en fin, todo lo que me distraiga de sentirme apenada por la gente -incluída yo- que tiene que abordar a diario el Sistema de Transporte Colectivo Metro para llegar a su trabajo, o al lugar donde estudia, o al lugar donde quiere entretenerse, vive las vejaciones de la insuficiencia de transporte en una ciudad que padece de sobrepoblación.


Tengo una colección de cuentos del metro de mi autoría. Cuando estaba más joven, me encantaba viajar en metro: toda la diversidad de gente me parecía fascinante. La rapidez para alcanzar el destino era impresionante. Simplemente me encantaba. Pero ahora que el lugar por el que pago es ocupado por otras cuatro personas que también pagaron, me parece simplemente espantoso. Ya no hay respeto por el espacio mínimo entre cada persona. A diario tengo que vivir que varias mujeres rocen mi cuerpo, mientras yo rozo el de otras. Cada vez que van a entrar las mujeres en San Lázaro me siento inevitablemente revolcada por una ola de corporalidad que no escogí.

Afortunadamente la tecnología ha sido mi catarsis. Diariamente publico en mi twitter fotografías, videos cargados de un poco de humor negro, y mucha frustración.

Pienso que la señora frente a mí que trae a su hijo en brazos no tiene porqué protegerlo de la masa que ingresa al metro aún cuando ya no hay lugar. Tampoco las señoras que gritan "hay un bebé, ya no cabemos", tendrían porqué preocuparse de más. Y sin embargo todos aceptamos estas condiciones de transporte infrahumanas... es más, infra animales. No nos merecemos este hacinamiento asqueroso, ni porque el Gobierno del Distrito Federal ponga letreros gigantescos que dicen que el sistema de transporte colectivo metro es subsidiado... finalmente es subsidiado porque son incapaces de generar empleos que remuneren lo suficiente como para cobrar la tarifa adecuada. Aún así, los usuarios tenemos derecho de exigir trenes limpios, bien ventilados y suficientes para la cantidad de gente que los aborda diario.

Pero a los mexicanos les encanta agachar la cabeza. Creen que se merecen el trato de judíos en plena Segunda Guerra Mundial, o en indios en ocupación inglesa, y no exigen viajes dignos.

Entonces ahí estamos, luchando porque nuestros hijos no sufran contusiones provocadas por las reces locas por encontrar un lugar, porque no nos roben las bolsas, porque podamos salir a tiempo a la estación que corresponde, después de librar una lucha y desafiar la ley de la Física: "A toda acción corresponde una reacción de igual magnitud pero en sentido contrario". Aquí la reacción es primero... un chingo de mujeres y hombres resistiéndose a perder su lugar, ante la apenas intención de salir en la estación correspondiente.

Qué asco. Qué asco que el gobierno no haga nada. Qué asco que nosotros lo aceptemos.

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