lunes, 18 de octubre de 2010

De Casanovas y mujeres necias

Recientes acontecimientos que es imprudente nombrar me han hecho pensar en la fortuna masculina en contraste con el infortunio femenino causado por la figura viril de nuestros compañeros en la Tierra. Lo medité a propósito de un Casanova que conozco y con quien, incluso yo, pude haber caído en el pasado medianamente remoto.

A este hombre no se le ha resistido ninguna mujer. Ellas son trofeos para él tal como él es para ellas. ¿Es particularmente guapo? No. ¿Particularmente inteligente? No (aunque se necesita mucha audacia para lo que ejecuta con éxito el 100 por ciento de las ocasiones). Yo les diría que es un hombre absolutamente común y corriente.

Este pensamiento me llevó a recordar esa estadística desesperanzadora para cualquier mujer que tenga por valor la fidelidad de que, por cada miembro del género masculino, hay siete féminas. Entonces, si ese hombre completamente normal puede tener a cualquier mujer que se le ha antojado (y algunas verdaderamente valiosas), ¿quiere decir que cualquier macho tiene esa posibilidad? Y, si es así, ¿el futuro de la hembra enamorada es confiar en el buen juicio de su hombre enamorado? Luego, estamos jodidas. No es que esta autora sea afecta a las generalizaciones, sin embargo la experiencia y la observación la han llevado a darse cuenta de que, desafortunadamente, los hombres se rinden a la tentación (por mínima que ésta sea) sin importar si están enamorados o si es una tentación auto infringida, porque en varias ocasiones las mujeres solamente están ahí, cual cebras bebiendo agua, y es el depredador quien las toma, desprevenidas, por el cuello.

Ni hablar de enjaularlos y aislarlos de las otras porque sería una privación de la libertad, además de un incentivo extra para que ellos se harten y busquen otra. Entonces no valdría ningún argumento, nosotras seríamos las infames que se jugaron el amor con sus métodos hitlerianos.

En realidad, dejando a un lado que la naturaleza predomina y que los hombres son completamente animales en el primer nivel de la carnalidad, el problema es que nosotras lo permitimos. ¿Cómo lo permitimos? Incentivando a esos Casanovas. Permitiendo que nos besen, nos lleven a la cama.

Esto no es un discurso moralino, es más bien práctico. Si bien es cierto que cada quien es responsable de sus decisiones y que las relaciones son de dos aunque uno de ellos busque un tercero, la realidad también es que ellos siguen buscando porque encuentran, y porque resulta comodísimo estar con una y con otra y con otra mientras tienen a una más de fijo.

La solución de la "ruina de las mujeres" (y la autora lo entrecomilla porque no son sus palabras, menos sus pensamientos) son las mujeres mismas). Si la queja eternas que los hombres no piensan sino con la cabeza de abajo, es decir que se dn llevar por sus instintos, es justo y necesario que nosotras también dejemos de hacerlo. "Me sentía sola" es tan válido como "Estaba bien rica". Si nos lo permitimos, entonces permitámoselo a ellos.

Sor Juana tenía toda la razón cuando juzga a ls hombres en su "Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sóis la ocasión de lo mismo que culpáis..."
Sin embargo, les propongo una variante de su genialidad:


"Mujeres necias que acusáis al hombre sin razón, sin ver que sóis la ocasión de lo mismo que culpáis..."

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