lunes, 29 de noviembre de 2010

Sol

Al fin la vi. Ya la conocía por fotos y me tocaba el corazón. Pero ya la vi. El domingo. De pronto tuve esa sensación de que los fondos se nublaban y lo único que importaba en el mundo eran sus ojotes negros, sus pestañas largas y chinas y sus mejillas redondas típicas de bebé.

Es una bebita. Sol. Qué gran nombre para una niña que, efectivamente, ha llegado a iluminar la vida de mi familia. Tiene el cabello tan negro como los ojos, y la mirada tan misteriosa que atrae de inmediato. Entre mi mamá y ella se forjó un lazo inmediato. Y en mi corazón también. Nunca había querido a nadie antes de conocerle. A ella ya la quería, y me enamoré de su sonrisita con dientes nacientes en el primer momento en que la vi. Y sí, estoy enamorada de ella. De ese pedacito de espacio exterior que vino al mundo a llenarnos de dicha. Soy tan afortunada que es parte de mi vida. De mi familia. Sol es parte de mi familia y, aunque apenas tiene nueve meses en el mundo, estoy dispuesta a ser testigo de todo su crecimiento. Y no tengo prisa. Uno siempre es paciente con la gente que ama.

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